martes, 24 de diciembre de 2013

HACIA JAPÓN VA UN CRÁNEO, RIN RIN

Recreación de Gomphoterium angustidens
Marchando otra historia sobre mi trabajo. Como viene siendo habitual, primero una introducción y después lo anecdótico, lo berlanguiano, lo absurdo. Éste es de los primeros que realice después de terminar Conservación y Restauración de Bienes Culturales. Es el año 1995. Recibo una llamada del Museo de Ciencias Naturales durante la cuál se me dice que unos japoneses están muy interesados en obtener una réplica (copia) de un cráneo de mastodonte (Gomphoterium angustidens, un proboscídeo... un elefante, vamos) del Mioceno, de hace unos 18 millones de años, conservado entonces en el Museo Municipal de Madrid, en la calle Fuencarral.

Trabajos de extracción en 1959
El cráneo y la mandíbula inferior de este magnífico mamífero fueron hallados en 1959 en Tetuán de las Victorias, concretamente junto a lo que se llamaba la "cerámica Mirasierra", una fabrica de útiles de ese material. Hoy día es una poblada zona de viviendas del barrio de Tetuán pero entonces era un gran descampado. Como podéis ver en la fotografía, portada del periódico "Arriba" (Falange y después Prensa del Movimiento) el cráneo fue hallado en conexión con la mandíbula. Del resto del esqueleto nada se supo, pero posiblemente esté hoy día por la zona, sepultado por los cimiemtos de algún edificio Debido a que se halló el cráneo con varias fracturas y, lógicamente muy deteriorado, el arqueólogo al cargo decidió no arriesgarse a que se hiciese añicos al sacarlo. Así, optaron por envolver ambos cráneo y mandíbula en una especie de "camisa" de poliester y fibra de vidrio antes siquiera de moverlo del suelo.


Debo decir que, dados los medios de la época, fue una decisión muy acertada. En la fotografía de Europa Press vemos al arqueólogo trabajando de una guisa hoy impensable, impoluto y rodeado de niños y de curiosos. Por lo que veo en las fotografías, no hay nada que reprochar al trabajo realizado. Habría gozado estando allí en aquel momento pero aún faltaban seis años para que naciese. Aunque no puedo quejarme; treinta y siete años después de ser tomadas estas instantáneas tuve el privilegio de trabajar con este formidable fósil.  El caso es que las piezas se trasladaron al Museo Municipal y se expusieron en sendas vitrinas tal y como fueron entregadas, es decir, con el particular envoltorio plástico que le confería un tono verdoso que le daba un cinematográfico aire extraterrestre.

El cráneo mientras se le realizaban unas placas radiográficas
Por su propia forma y fragilidad, el cráneo hubo de ser exhibido en posición invertida, es decir, como veis en la fotografía, descansando sobre el frontal y mostrando los molares. Por si alguien tiene curiosidad, la palabra mastodonte, usualmente aplicada a animales o personas muy corpulentas, significa en realidad "dientes en forma de mama". En suma, entre el aspecto verdoso que le daba la "camisa" de poliester y su posición invertida, semejaba más una maqueta para la película Alien que un cráneo de un elefante extinto. Y bien, aquí comienza la historia.


Inspección con un detector de metales.















Una vez llegados a un acuerdo económico con los japoneses -se permitía hacer dicha réplica a cambio de que en el precio de la copia se incluyese su necesaria restauración- comenzamos a trabajar en la misma sala del museo donde se exhibía. Lo primero fue hacer unas radiografías y una pasada con un detector de metales para asegurarnos de que no se metieron vástagos metálicos en el interior de las defensas (colmillos) para darles solidez. Me puse en contacto con el veterinario a quien solía llevar a Pirracas, mi gata, para que llevase al museo su equipo portátil de rayos X y hacer unas placas. El hombre, que en su vida habría imaginado que le encargasen algo así, accedió encantado e incluso ilusionado. La exploración no detectó ningún elemento extraño, y tampoco el detector de metales, por lo que pasamos ya a intervenir.

Lo primero era, lógicamente, retirar la funda de poliester y fibra de vidrio que como un sudario envolvía las piezas desde 1959. Labor lenta y cuidadosa ya que bajo dicha funda aparecía el hueso muy deteriorado y exfoliado, por lo que había que ir consolidando e inyectando resina de forma paralela. Una vez "descamisados" y consolidados el cráneo y la mandíbula procedimos a hacer el molde a partir del cual obtendríamos la copia que viajaría a Japón.
Sería un molde de silicona, especialmente complejo por las dimensiones de las piezas y por lo intrincado de sus orificios y recovecos. Como es de imaginar, para completar los moldes hubo que voltear en varias ocasiones las delicadas piezas, lo que requirió no sólo entablillarlas y acolcharlas muchísimo sino también la colaboración de un montón de brazos, no ya por el peso sino por la fragilidad del mismo pese a la consolidación.

Así que decidí llamar a diez amigos para pedirles el favor de echar una mano (nunca mejor dicho) a levantar el cráneo en vilo mientras se deslizaba por debajo una tabla que sería parte de la caja que nos permitiría voltearlo. Se trataba de que el peso se repartiese entre veinte manos y que el cráneo literalmente levitase. Les di una breve charla de como hacerlo e hicimos una prueba para sopesar la fuerza a emplear. Por fin y a la de tres se izó el cráneo lo suficiente y se metió la tabla. Lo cierto es que a todos les gustó la idea de colaborar en algo tan inusual.

El trabajo proseguía, cubriendo poco a poco las superficie de los fósiles con la silicona que registraría su forma. Después vendría el relleno de dicho molde con un mortero sintético. Todo se desarrolló perfectamente. Por fin sacamos las piezas de los moldes y finalmente nos dedicamos al coloreado y patinado de las copias.

Modestia aparte, era casi imposible distinguir el original de la copia.

Sometimos al personal del museo a la prueba de adivinar cuál era cuál y todos dudaron muchísimo, errando la mayoría, lo cual era un evidente síntoma de que el trabajo era muy bueno. Yo mismo dude en alguna ocasión y tuve que hacer "toc toc" con los dedos sobre ambas para distinguirlas por el sonido.

Cuidamos cada detalle, pintando cada pequeña variación de color y dando el brillo adecuado al esmalte perfectamente conservado.
Otra réplica del mismo ejemplar puede verse en el
Museo Geominero de Madrid.



Un día un visitante del museo me preguntó:

- Estos colmillos tan grandes los usarían para cazar a sus presas ¿verdad?
- No, no! Eran herbívoros, igual que los elefantes actuales.
- Ah, ¿Es que cree usted que  los elefantes no comen carne?
- No, jamás -respondo yo muy serio.
- Pues está usted en un error, joven (entonces yo era joven). Yo he visto una película en la que un elefante luchaba contra un dinosaurio enorme y al final ganaba el elefante y se comía al dinosaurio.
- Ah, si lo ha visto usted en una película ya me callo.
- Es que tiene usted que documentarse más, hombre!
Creo recordar que le miré perdonándole la vida pero logré mantener la boca cerrada.

Colocando las réplicas en conexión anatómica.

Dado que las réplicas eran huecas y podían manejarse con cierta facilidad, decidí hacer esta fotografía para dar una idea de como era la conexión entre cráneo y mandíbula ya que desde que fue desenterrado el fósil jamás había vuelto a su posición correcta. Siempre habían estado por separado quedando el cráneo boca abajo. Por si a alguien le interesa, es extraño que el pariente vivo más cercano a los elefantes es el damán, un pequeño animalillo del tamaño de un gato.



Cámara de Telemadrid.
Vino un equipo de Telemadrid a hacer un reportaje y una periodista de El País a hacer lo propio. El hecho de que un museo japonés se hubiese interesado en obtener una réplica de este hasta entonces casi desconocido fósil resultó llamativo. Nos grabaron trabajando y fuimos entrevistados. Recuerdo que algunos vecinos que jamás me habían dirigido ni un saludo, comenzaron a hacerlo a raíz de la emisión del reportaje; incluso hubo alguno que me paró por la escalera para preguntarme por el asunto. Es lo que tiene salir hablando en televisión, aunque hubiese sido diciendo memeces.



Publicaciones en EL PAÍS, sección de FUTURO


Y bien, aquí comienza la parte cómica y anecdótica del relato, donde lo absurdo y lo demencial se dan la mano para hacer esta experiencia aún más inolvidable.

Quisimos conocer cual era el peso de nuestras réplicas para facilitar ese dato a la empresa de transporte que habría de llevarlas hasta Japón. Sabíamos que, pese a su considerable tamaño, no eran muy pesadas debido a que las hicimos huecas y que el material empleado era un mortero liviano. La dificultad radicaba en su tamaño y dificultad para colocarlo en una báscula de baño. Así que decidimos pedir permiso para pesarlas a algún empleado del cercano mercado de Barceló.  Y así fue, un atónito carnicero nos escuchó y finalmente accedió a permitirnos pesar las réplicas en una báscula. El espectáculo estaba servido; imaginad las caras de las señoras haciendo cola en los puestos del mercado al ver a dos personas entrando con un cráneo de "algo parecido a un elefante" y llevándolo para pesar. Las pesamos, anotamos los pesos y nos dispusimos a volver a llevar la réplica al museo. Habíamos dejado la caja en la puerta del mercado y hacia ella nos encaminábamos cuando, aún dentro del mercado, fuimos interrumpidos por una señora de pelo entrecano portando varias bolsas.

-Perdóneme, quería preguntarle, ¿Qué es eso que llevan ahí?
-Pues es una cabeza de elefante... -respondo yo sin especificar más, asumiendo que la señora no me entendería si le digo qué era realmente.
-Ah, y ahora se llevan el hueso. Pues me gustaría llevar un poco para que lo pruebe mi marido ¿Sabe usted a cuanto está el kilo?
- .....
-Ah, que ustedes son los repartidores. Perdone, ya pregunto en la carnicería.
-No, oiga, mire. Esto es una pieza de museo y la hemos traído aquí para que nos la pesen. Esto no se come.
- ....

Tanto aquella mujer como nosotros permanecimos unos segundos inexpresivos mirándonos fijamente a los ojos y tratando de entender lo estúpido de la situación, hasta que finalmente la mujer se dio media vuelta tras dibujarse en su cara un claro gesto de incomprensión.

-Ah, pues perdonen ustedes.
-Nada, nada.

Excuso decir que la risa estuvo a punto de estallar.

Al día siguiente enviamos un fax a Japón, concretamente al Mizunami Fosil Museum, en la ciudad de Gifu, para comunicarles que las réplicas estaban terminadas. Recibimos una escueta respuesta en la que se nos comunica que alguien del museo vendrá tal día a Madrid para dar el visto bueno y pagar, firmada por alguien cuyo nombre no recuerdo, algo parecido a Kobayhasi. Llega el día. Nuestra flamante réplica había sido llevada al Instituto Arqueológico Municipal, una bello lugar hoy día transformado en un centro cultural, pero que entonces era un palacete situado en el parque de la Fuente del Berro y rodeado de esplendidos pavos reales. Allí esperábamos a Kobayhasi.

Imaginábamos a un japonés vestido con traje, occidentalizado y con pelo corto pero para nuestra sorpresa, el nipón era un tipo bajito, y con una cabellera y barba larguísimas. Con un inglés apenas inteligible alabó la calidad de la réplica y después extendió un cheque. La cotización de la peseta con respecto al dolar acababa de cambiar favoreciéndonos. Hablando de favores, Kobayashi nos pidió uno. Tenía mucho interés en presenciar un espectáculo de cante y baile flamenco por lo que sugirió que esa misma noche le llevásemos a algún tablao. Y así fue. Hubo que llevarle a La Soleá donde nos tomamos unas cervezas, tras lo cual el oriental comenzó a dar palmas con poco acierto llamando la atención de los asistentes cercanos a nuestra mesa. Antes de eso hubo que acompañarle a la plaza mayor donde adquirió un horroroso belén para llevárselo a sus niños. Evidentemente era final de diciembre. Total que el hombre volvió a Japón tan contento a la espera de que llegase la réplica por barco unos días después. Habíamos contratado el porte con una empresa alemana con sede en Madrid. Mi socia hizo una llamada a dicha empresa para facilitar los datos de la mercancía, el destino, las dimensiones y peso de la misma, etc. Yo pegué el oído al auricular también. Todo iba perfectamente normal en la conversación hasta que las cosas empezaron a liarse. Fue algo así:

- Bien, y dígame ¿Qué es exactamente lo que van ustedes a enviar? - pregunta la empleada de la naviera.
- Pues mire, es una réplica de un cráneo de mastodonte -responde mi socia.
... Se produce un silencio.
-Ah.
... Otro silencio.
- Un mastodonte dice ¿no? Ya, algo muy grande, ¿Pero exactamente qué es lo que van a transportar?
- Pues eso, lo que le estoy diciendo, una copia de un cráneo de un animal prehistórico.
- Ah! Perdone, no le había entendido bien -responde entre risas la administrativo - Y lo llevan ustedes en una caja de 2 x 0'80 x 0'90 metros ¿No es así?
- Exacto, eso es.
- Y en total el peso es de 80 kilos, ¿Verdad?
- Eso es, casi 80 kilos. 
Se produce un nuevo silencio escuchándose sólamente el sonido de las teclas del ordenador de la mujer.
- Y dígame, por razones de seguridad ¿Llevarán ustedes al dinosaurio bien enjaulado, verdad? (literal)
- ......!!¿?¿?¿?¿?!!

Veo a mi socia levantar las cejas, atónita, y mirarme con cara de incredulidad y de risa contenida.

- ¿Pero qué dinosaurio ni que niño muerto, oiga? -responde cambiando su cara de estupor por la de cierta indignación.
- ¿No me ha dicho que...?
- Es un cráneo, una calavera, un hueso, y además es de escayola (para que la avispada empleada le entendiera). El mastodonte murió hace 18 millones de años, así que pueden estar ustedes tranquilos que no les va a atacar. ¡Y además es sólo una copia de la cabeza!
- Ah! Oiga, pues haberlo dicho antes! -responde airada aquella mujer.

La risa era ya incontenible, al menos para mí que empecé a carcajear mientras mi socia se enzarzó en una discusión acalorada.

- Pero vamos a ver ¿Cómo vamos a llevar un dinosaurio vivo en una caja? ¿Estamos locos?
- Oiga, yo tengo que asegurarme de que la mercancía no es peligrosa.
- ¡Pero vamos a ver, si los dinosaurios se extinguieron hace mucho y le estoy diciendo que es una pieza de museo!
- ¡Oiga, que yo no tengo porque saber de bichos, que no me pagan por eso! Sólo le digo que la empresa no se responsabiliza de los daños que pudiera causar el animal ese que transportan ustedes. 

La tipa seguía sin entender nada por lo que dejamos de intentarlo. Aún hoy me quedo pensativo al recordar lo cerril y obtuso de aquella señorita.

El "elefante" de Orcasitas con sus defensas cortadas.
Toda esta historia me hace recordar otros dos casos un tanto peculiares también relacionados con paquidermos en Madrid. Una es el llamado "elefante de Orcasitas", que no es otra cosa que el cráneo de un ejemplar de otra especie dotada de unas defensas (colmillos) gigantescos. Fue también llevado al Instituto Arqueológico Municipal en los años 50 del pasado siglo. Esos enormes colmillos hacían que el cráneo no entrase por las puertas del inmueble, por lo que se tomó una decisión drástica; se cortaron los colmillos y listo, "niquelao". Hoy día dicho cráneo permanece mutilado.

Y el otro caso es el de un elefante actual disecado en el Museo de Ciencias Naturales. Fue disparado y muerto por "placer" por el padre de la duquesa de Alba en 1913.  Dado que tampoco cabe por las puertas actuales, se convirtió en un invitado de piedra en la sala principal de museo. La última vez que estuve allí fue para ver una exposición sobre reptiles marinos y allí estaba, fuera de lugar y de tiempo. Triste y absurdo final para este grandullón, que aún reposa sobre la estructura de madera que se construyo en 1932 para pasearle por la Castellana hasta el museo.

En fin, por alusión y aunque no venga mucho a cuento, me gustaría concluir este relato con mi deseo expreso de que no vuelvan a verse elefantes (ni ningún otro animal) en circos o espectáculos similares.

Y por suepuesto el de no tener que contener la indignación cuando, por ejemplo, un ocioso y decadente jefe del estado satisfaga oscuras pulsiones disparando con cobardía a estos pacíficos e inteligentes mamíferos. Y, claro está, espero y deseo que los elefantes sigan existiendo (vivos) muchísimos milenios más y que jamás cobre sentido la obra de este taxidermista como reconstrucción de una especie extinta y que en un futuro cercano no se les diga a los niños algo como esto: "Mirad, éste es un elefante africano. Se extinguió en 2050 más o menos".  

Para mí, hoy día no tiene sentido su presencia en el museo más allá de su valor como testigo histórico e historiográfico. Testimonio magníficamente naturalizado de la carencia de sensibilidad de la que hacían y siguen haciendo gala un determinado tipo de personajes, aquel que fue tan certeramente retratado por L.G. Berlanga (sí, otra vez el gran Berlanga) en "La escopeta nacional".

Os dejo un vídeo del trabajo.





























viernes, 22 de noviembre de 2013

EL TEMPLO DE LA VOZ

Esta historia va de chapuzas, de insultos, de ignorancia y de arrogancia. Y también de vergüenza. Como no podía ser de otro modo, incluyo la parte anecdótica y cómica. Es una escena que sufrí y presencié, también con toque berlanguiano. 

Pero primero una breve introducción que, admito, copio y pego sin apenas cambios de wikipedia:


El templo del que voy a hablar fue un regalo de Egipto a España en 1968 en compensación por la ayuda española tras el llamamiento internacional realizado por la UNESCO para salvar los templos de Nubia, principalmente el de Abu Simbel, en peligro de desaparición debido a la construcción de la presa de Asuán. Egipto donó cuatro de los templos salvados a distintas naciones colaboradoras: El templo de Dendur a los Estados Unidos (actualmente en el Metropolitan Museum de Nueva York), el de Ellesiya a Italia (Museo Egipcio de Turín), el de Taffa a Holanda (Rijksmuseum van Oudheden de Leiden) y el otro del que voy a hablar, a España (en ningún museo).

El de Taffa en Holanda y el de
Ellesiya en Italia.

Templo de Dendur en el Metropolitan Museum de New York.

Tienen una antigüedad de unos 2.200 años. Todos estos templos salvo el de Madrid están primorosamente conservados en sendos museos en salas climatizadas y lógicamente protegidas de la intemperie y del vandalismo. Spain is STILL different.
Y ahora otro breve fragmento también pegado (si bien algo resumido) de wikipwedia en cuanto al estado de conservación del monumento egipcio reubicado en Madrid:
"Desde su apertura al público la conservación del templo ha estado rodeada de polémica. El edificio fue usado de forma indiscriminada para pases de cine de verano, para representaciones teatrales, para anuncios publicitarios y para spots musicales. La contaminación y el clima de Madrid, así como el vandalismo, han dejado huellas profundas en el edificio. La voz de alarma la han dado los Congresos de Egiptología Ibérica y, recientemente, la UNESCO. Frente a ellos, la postura oficial de la entidad tutelar (el Ayuntamiento de Madrid, a través de Museos Municipales) ha sido, de forma sistemática, desmentir los motivos de alarma y realizar actuaciones de poca envergadura. Sin embargo, el templo se sigue degradando. El estado del monumento es una transgresión flagrante a lo que supone la conservación de un monumento histórico según la Carta de Venecia"

Y aquí comienza mi historia.
Verano de 1996.















Nos han encargado la restauración del conocido templo egipcio ubicado en Madrid. Más concretamente la de los dos pilonos (puertas) que lo acompañan. Hasta antes del traslado a Madrid había tres pilonos. El tercero se debió perder. Básicamente se trata de limpiar los sillares de piedra arenisca (se ve en la fotografía la extrema diferencia entre la piedra limpia y la sucia de contaminación), de eliminar añadidos de hormigón, sellar grietas, adherir fragmentos a medio desprender, etc.


Un primer examen del estado de conservación nos deja impresionados por la notoria chapuza realizada tiempo atrás, bien cuando se intervino poco después de ser desmontado en Egipto, bien cuando se reconstruyó el templo en Madrid. Es algo que no puedo precisar. El caso es que el templo ha sufrido un variado tipo de agresiones, y no sólo las que conocemos como vandálicas. Y lo peor es que sigue sufriéndolas y seguirá. Los pilonos, el templo en general, sufre un estado de abandono extremo. Sillares reventados, grietas por doquier, fragmentos que amenazan desprenderse y causar graves daños a visitantes, musgo y líquenes por todas partes, grafittis, churretes de resina y de pintura, rejuntados y "reconstrucciones" de hormigón, manchas de hierro, excrementos de aves y crecimiento de herbáceas en la base, además de un notabilisimo ennegrecimiento general de la superficie de la piedra debido a la contaminación del aire. Por otro lado, un capitel que debió sobrar en la reconstrucción (no conozco su historia) yace a ras de suelo en el cruce de dos callecitas de tierra del parque, expuesto a todo y evidentemente muy deteriorado. Yo mismo de niño me subí allí cientos de veces y a buen seguro no sería el único en cuarenta años. Multipliquemos niños (y no tan niños) por días y años. Así está hoy.


En principio, el templo pasó de estar bajo el seco clima nubio a recibir la lluvia, la contaminación y las heladas de Madrid. Al ser construido, sus sillares fueron originalmente colocados "a hueso", es decir, sin la menor argamasa entre ellos. Sin embargo, un arquitecto egipcio, Al-Barsanti, decidió, incomprensiblemente ante nuestros ojos actuales, coser los sillares agrietados con enormes grapas de hierro sujetas con cemento. El resultado es absolutamente predecible. Las grapas se oxidan, se mineralizan, aumentan de tamaño y revientan la piedra desde dentro. En las fotografías podéis ver el estado en que nos encontramos muchos de los sillares debido a esta razón.



Es evidente que lo lógico sería desmontar el templo, retirar estos hierros nefastos y el omnipresente hormigón, consolidar los sillares y volverlo a levantar en un lugar protegido. El monumento se ha deteriorado más en los cuarenta años que lleva en España que en los más de dos mil que hace que se construyó. Hubo una propuesta de una conocida entidad bancaria para patrocinar y financiar unos trabajos globales más que necesarios, pero fue desestimada.
Supongo que por orgullo y arrogancia.

Volviendo al detalle y por si esto fuese poco, como el que rejunta una pared de ladrillo, los operarios, no sé si en Egipto o en España, si fue por iniciativa propia o por prescripción del arqueólogo al mando, rellenaron con cemento todo tipo de grietas y fisuras que encontraron. Pero además no lo hicieron con un mínimo cuidado sino que tiraron de llana y extendieron el cemento en lo que es la grieta y en lo que no lo es. Me quedo perplejo cuando compruebo que uno de los principales relieves que conserva el segundo pilono ha sido literalmente cubierto por una aplicación de cemento de la extensión de una pantalla de plasma. Yo pensé que dicho relieve estaría perdido, que a nadie se le habría ocurrido taparlo con una lechada de cemento, pero me picó el gusanillo y después de dedicar un día a retirar minuciosamente ese cemento compruebo indignado que se aplicó para tapar una fisura casi del grosor de un cabello y que el relieve se conservaba perfectamente. Siempre me lo preguntaré; por poca o nula idea que se tenga de Arqueología y de Restauración ¿Cómo puede alguien considerar que es mejor embadurnar de cemento unos relieves egipcios por una mínima fisura que dejarlos estar? Y más aún ¿Cómo pasaría semejante aberración por el visto bueno de arqueólogos, arquitectos y políticos?

Pero hay mucho más, querido/a lector/a. Veo un área cuadrada de cemento detrás de la cual deduzco por el sonido que debe haber un espacio hueco. Tras unos golpes de cincel la plancha de cemento cede. Lo que aparece ante mis ojos es una sorpresa muy desagradable. Es una manzana semipodrida que debió colocarse ahí por algún operario graciosillo. Me pongo guantes de látex y la retiro después de fotografiarla. Empiezo a odiar a aquel desconocido. Cerca de este orificio había otro idéntico. Todo igual salvo que en esta ocasión en lugar de manzana había una patata en similar estado. En sí, la presencia de estos frutos no supuso un atentado contra la conservación del templo, claro está, pero sí da una idea bastante aproximada del escaso nivel de rigor y vigilancia aplicado y del nulo respeto por lo que se tenía entre manos. 

Relato ahora, por quitarle hierro al asunto (nunca mejor dicho también), la parte anecdótica y cómica de mi historia. Y digo cómica por no incidir en lo lamentable y casi patético del asunto. Un caluroso día llega la hora de comer. Yo aún estoy subido a uno de los pilonos, trabajando. Hay un sol de justicia. De repente oigo una voces muy airadas y ofensivas que provienen del borde del pequeño estanque que rodea los pilonos, triste remedo del Nilo que originalmente fluía junto al templo. Miro hacia abajo y veo a un tipo enorme y obeso ataviado con mono azul de trabajo, con la cremallera abierta hasta el ombligo y dejando a la vista su enorme barriga peluda. Sin razón aparente, me increpa. Lo transcribo literal (o lo que recuerdo) pese a las palabras malsonantes.

 -¡Eh!, ¡tú!, ¡hijo de puta! -grita aquel ser mirándome desde el suelo con expresión cercana a la del odio.
-¿Es a mí? -respondo yo con mucha flema y sabiendo a ciencia cierta que se dirigía a mí, que era el único en las alturas.
-Sí, a ti! ¿Para qué coño me encargas un camión de arena si no hay forma de entrar en el jodido parque éste con el camión?
-Yo no le he encargado ningún camión de arena. Ni a usted ni a nadie -respondo con sobriedad y educación.
-Entonces ¿Quién coño ha sido? No veo a nadie más trabajando por aquí. Me han dicho que lleve la arena al templo de la voz, o al templo de la boda... o al templo de su puta madre! Y aquí no hay quien meta el camión! (Queda claro que este buen hombre no conocía ni recordaba el nombre del templo y lo llamó de forma fonéticamente similar).
-Pregunte por ahí, yo no he sido -respondo sin lograr apenas contener la risa, si bien sentí la tentación de arrojarle un martillo que tenía a mano.

Desde mi atalaya observo las evoluciones de este caballero. Veo que el ogro se acerca con la misma actitud al policía municipal a cargo de la seguridad del templo. Escucho que hace la pregunta al agente, ya cercano a la jubilación, si bien a él no le insulta.

-Habrán sido aquellos dos los que te han pedido la arena -responde el policía señalando a dos obreros que dormían plácidamente desparramados en un banco del parque junto a dos botellas de litro de cerveza vacías.
-Mírales como duermen ese par de cabrones!
-Déjales, pobrecitos... ¿no ves que están cansados? -responde el agente con evidente sarcasmo.
-¡Con dos piedras les daba yo en los cojones! -exclama el caballero del mono azul mientras se encamina hacia los durmientes con actitud amenazante.

Lo que ocurrió a continuación fue un espectáculo que nunca olvidaré. Yo había parado de trabajar, observando la escena desde mi lugar privilegiado, estupefacto y brocha en mano. Aquel hombre llegó hasta el banco donde roncaban ambos peones, agarró de la solapa a cada uno con sendas manos, les levantó y les zarandeó mientras les gritaba y recriminaba por el asunto de la arena. El camionero debía pesar más que los dos peones juntos, pequeños y escuchimizados. El policía municipal reía de forma evidente mientras los dos peones, recién despiertos, trataban de articular palabra.

Esa misma mañana, o quizás otra, habíamos recibido la visita de un "técnico" del ayuntamiento, un señor maduro, de esos de esclava y uña del meñique muy larga para urgarse en cualquier momento en las orejas y en la nariz. Debe ser muy práctico, la verdad. Iba acompañado de un exiguo séquito de funcionarios anodinos que no abrieron la boca durante toda la visita. El "técnico", como quien no quiere la cosa y con evidente desinterés nos hizo algunas preguntas triviales sobre los trabajos. Al final, aburrido, encontró la ocasión para hacer un chiste al fijarse en una inscripción, lógicamente jeroglífica, conservada en uno de los sillares.

-¿Y aquí qué pone?, ¿"tonto el que lo lea" en egipcio?

Yo miré al suelo, sumido en la risa y la profunda decepción, con la sensación cierta de que esta ciudad, o al menos sus representantes, no merece albergar algo así. 

Otra tropelía que padeció el templo de Madrid fue la "extraña desaparición" de un sillar durante el viaje desde Egipto. Casualmente el sillar desaparecido conservaba los relieves que representan a deidades egipcias, obviamente mucho más valiosos que aquellos otros mondos y lirondos. Este sillar sí que estará en paradero desconocido.

Finalmente citar una bonita y enorme pintada realizada con impunidad este mismo año por algún fundamentalista religioso que decía textualmente "Menos logias y más capillas. Cristo = Libertad. Masones asesinos".

En suma, lejos de querer alimentar gratuitamente nuestra leyenda negra, la evidencia habla por sí sola, de forma palmaría e incontrovertible. Así era y es parte del trasfondo de Madrid, amigos. Passion for life, bocadillo de calamares, pichis, excelencia y relajantes tazas de café con leche en la plaza mayor, con sus calles "olimpiadas" o no limpiadas, pero embotelladas siempre. No me sorprendería excesivamente que viéramos un día este templo rebautizado como Templo de Bodafone o algo parecido. 

Aunque no tenga nada que ver, no puedo evitar pensar en la gestión de la reciente huelga de barrenderos y en el estado de las calles de la ciudad y relacionarlo con la presencia de más desperdicios semiputrefactos en un lugar tan insospechado como unos orificios originales de un templo egipcio tapados torpemente con cemento. Y es que es así; a nuestra ciudad le vienen grandes muchas cosas. Cuatro gigantescas y ostentosas torres quieren hablar de la pujanza de la ciudad, mientras por otro lado, un sencillo y modesto, aunque bellísimo y evocador monumento de más de dos mil años agoniza adulterado y olvidado. Algo, o mucho, está equivocado. Y claro está, sólo estoy hablando de lo que más a fondo conozco.

Para finalizar, decir que yo iba de niño a jugar por la zona y sigo corriendo allí por la noche dando vueltas al parque. Es un lugar especial para mí. Para colmo acabé trabajando un tiempo en él. Tenía que contarlo.

ACTUALIZACIÓN 2020

El egiptólogo Zahi Hawass ha visitado el Templo de Debod y no le ha gustado nada lo que ha visto. Su decepción e indignación ante el descuido evidente que sufre el monumento ha salpicado las páginas de los periódicos. Hawass pide que España devuelva el templo a Egipto si no tiene intención de preservarlo en condiciones. Tímidos intentos de salir al paso de esta cada vez más frecuente denuncia aún parecen lejos de concretarse.

Curiosamente, Hawass dijo exactamente lo mismo que yo hace 24 años en este blog, que el templo ha sufrido mucho más en unas décadas en Madrid que durante dos milenios en su lugar original. Es una auténtica vergüenza la que a muchos nos hace sufrir el consistorio madrileño, una vergüenza provocada por 
la más absoluta negligencia y que raya en lo que podríamos llamar un "vandalismo pasivo". 

miércoles, 30 de octubre de 2013

ROMA, RÉPLICAS, ÉXODO Y FARALAES

Continuaré exprimiendo lo que atesora mi memoria en cuanto a anécdotas y curiosidades relacionadas con mi trabajo de restaurador de arqueología, una vez más teñido de absurdo. Esta vez los hechos tuvieron lugar en una capital de provincia andaluza. Se trataba de restaurar varios mosaicos de época romana. Eran los suelos, los pavimentos de varias habitaciones de una antigua y lujosa villa que hoy día se ubica en plena ciudad. Los suelos que pisaron gentes pudientes de la Hispania, vinculadas a Roma y que quizás estén en nuestra ascendencia. 


Fue descubierta al realizarse las obras de excavación para la cimentación de un edificio de viviendas. Tras proteger, consolidar y entelar los tres mosaicos, unos 40 metros cuadrados en total, se extrajeron del suelo para ser trasladados a unas naves abandonadas que antes habían sido caballerizas del ejército. Allí los restauraríamos, les pondríamos sobre un nuevo soporte y los volveríamos a instalar en su lugar original, ya inmerso en un enorme sótano musealizado junto al garaje del gran edificio. Estuvimos medio año con ello. Recurriendo al tópico, un trabajo de chinos. Bueno, los chinos, entre otras cosas menos elogiables, se caracterizan por su capacidad para imitar casi todo con gran calidad. Y en ese sentido, como veréis en breve, fue enteramente un trabajo de chinos.

Los mosaicos una vez extraídos en piezas de tamaño manejable, son un conjunto de lo que podríamos llamar "alfombras teselares", es decir, miles de teselas (para quien no lo sepa, piedrecitas de forma cúbica) sujetas entre sí por  varias telas que se han adherido a ellas antes de la extracción.

Resumiendo, los pegamos por su reverso a unos paneles ultraligeros, lo limpiamos, lo consolidamos, reconstruimos parcialmente las zonas perdidas y  volvimos a colocar los mosaicos en su lugar original, entre los cimientos de los muros de las habitaciones de las cuales fueron sus suelos. Todo se hizo de forma metódica y modélica, pero algo vino a perturbar el proceso. Resultó que uno de los pilares de sustentación del edificio vino a situarse en el área que antes ocupaba uno de los mosaicos, lo cual hacia literalmente imposible volver a colocarlo sin mutilarlo practicándole un agujero circular. Obviamente, dicha opción era poco menos que una herejía por lo cuál ni siquiera llego a plantearse. La única salida viable a dicha contingencia fue la de llevar ese mosaico al museo arqueológico de la ciudad y colocar una réplica, una copia exacta de dicho mosaico en su lugar original. Y como imaginaréis es en este momento cuando puedo hablar realmente de trabajo de chinos. Centenas de miles de teselas tendrían que emplearse para dicha labor, por lo que recurrimos a un procedimiento distinto y más rápido que no puedo revelar pero que proporcionó resultados inmejorables.

Tras esta introducción técnica y por no aburrir, me centro ahora en el matiz berlanguiano, rematadamente absurdo, cómico y trágico a la vez, de algo que ocurrió el día que transportamos este mosaico desde las naves de las caballerizas hasta el museo. Me refiero al mosaico que copiamos y que no se pudo poner en su lugar original a causa de la presencia de la columna y que por tanto se llevó al museo arqueológico de la ciudad. Eran cerca de 30 metros cuadrados de pavimento divididos en 12 paneles de considerable tamaño. Los mayores requerían la participación de 4 personas para moverlos. Pues bien, llamamos a un transportista que, según nos aseguró, vendría acompañado de un par de operarios que colaborarían en la carga y descarga de los paneles. Sin embargo apareció él solo, aduciendo que ambos ayudantes habían sufrido una súbita indisposición, lo cual no nos resultó muy creíble, pero callamos. Total, que necesitábamos imperiosamente la ayuda de una cuarta persona. Entonces el transportista, de nombre Rafael, tuvo una idea que pasó a poner en práctica inmediatamente. El diálogo fue algo muy similar a esto:

- ¿Y ahora qué hacemos? Necesitamos un par de brazos más.-expuse yo.
- Na! Esto lo solucionó yo en un periquete. Esperarse aquí que vengo en un rato con alguien que nos ayude -responde Rafael.
- Ah, bueno... pero que sea alguien de confianza, por favor -apunto yo.
- No preocuparse -apostilla el transportista mientras sale de la nave.

Cerca de media hora después se oyen pasos de dos personas acercándose y la voz del transportista hablando sin parar en una especie de monólogo. Abren la puerta de la nave y entran. Me quedo estupefacto. La persona a la que el transportista ha logrado convencer para echarnos una mano es un hombre de raza negra, muy corpulento y con perilla. Todo normal de no ser porque aquel hombre va ataviado con un llamativo y vistoso vestido de faralaes puesto encima de su ropa habitual. Con tirantes, el vestido es de color azul prúsia moteado con lunares de color naranja. El hombre, serio, hierático e inexpresivo, se muestra como la antítesis de la gracia y el desparpajo que se le supone a una bailarina flamenca. Inmediatamente me viene a la mente, por el dicho popular, una imagen de San Antonio portando un cinturón de balas y un par de pistolas en su cintura. Parece no entender una sola palabra de lo que dice Rafael, que no para de parlotear ni un momento.

- Me he traído a este moreno grandullón. Es de los que se ponen ahí en la rotonda a vender "clines". Y se ponen el vestido para llamar la atención y que la gente les compre -explica Rafael.
- Ah, pues vale... estupendo -digo yo extendiendo mi mano al recién llegado.

El hombre de piel negra me mira con ojos fríos y dignos durante unos cinco segundos y extiende también su brazo. No habla ni sonríe ni gesticula. Se limita a hacer lo que de forma gestual y con palabras incomprensibles se le ha indicado. Inmediatamente empiezo a pensar en el efecto que producirá en la dirección del museo la colaboración en el porte de los mosaicos de un inmigrante subsahariano disfrazado de folklórica andaluza y concluyo que no es una buena idea que aquel hombre fuera de esa guisa, que daría impresión de poca seriedad. Finalmente lo pienso mejor y le pido con gestos que por favor se quite el vestido antes de salir hacia el museo. Parece entenderme y sin modificar un ápice su inexpresividad facial se desprende de su indumentaria, la dobla cuidadosamente y la deja sobre el asiento de la furgoneta. Empezamos a cargar las piezas del mosaico en la misma. Terminamos la tarea y nos subimos los tres al vehículo. Rafael lo pone en marcha en dirección al museo. Una vez allí descargamos diligentemente los mosaicos. En media hora la labor estaba concluida. Entonces veo que Rafael se me acerca para que le pague la cantidad estipulada.

- ¿Cuanto le vas a dar? -pregunto yo.
- 5 euros y va que se mata.
- ¿Cómo? ¿5 euros? Eso es insultante, hombre. Quizás habría sacado más vendiendo "clines" en este par de horas.
- Anda! Si estos hacen lo que sea por lo que les des.

Entonces veo que el transportista se acerca al negro y le extiende el billete junto a una palmadita en el hombro. El grandullón lo coge sin rechistar y lo guarda en su bolsillo. Después me mira con la misma expresión (o falta de expresión). Yo lo interpreto como una despedida. Tras titubear me acerco a él y le doy los 10 euros que me quedaban en el bolsillo tras pagar a Rafael. Éste me mira con mala cara. Le extiendo al africano de nuevo mi mano y le digo gracias. Él vuelve a mirarme unos segundos y aprieta mi mano. Esta vez creo notar algo en su mirada. Quiero pensar que me ha dado las gracias también, destilando a la vez un esfuerzo por mantener su dignidad. Ambos se suben a la furgoneta. Rafael le dejaría de nuevo en el cruce donde le recogió.

Amadou, que quizás así se llamase, volvería a enfundarse el vestido de faralaes y a ofrecer paquetes de "clines" a los conductores, probablemente impertérrito y con el mismo semblante mudo. Quizás no se tenga nada que decir ni que expresar si uno se ve totalmente solo y convertido en una especie de bufón en una tierra extraña haciendo cualquier cosa por unas monedas. 

Otro día vuelvo a verle a lo lejos. Me acerco a él. Una mujer de etnia gitana le increpa al pasar. Él la mira indiferente sin comprender una palabra. Está como imaginaba, con aquel vestido en el que apenas cabe, esperando a que llegue la siguiente hornada de coches. A unos metros de él hay otro inmigrante con similar indumentaria. Éste, más esbelto y animoso, adorna su intento de venta de "clines" con un remedo de baile español que resulta tan cómico como triste. Amadou sin embargo se acerca lentamente a un coche extendiendo su brazo con un paquete de pañuelos en su mano. La conductora, riendo, hace un gesto negativo. Impasible se acerca a otro vehículo con el mismo resultado. Y otro. El semáforo se pone en verde y Amadou se retira a la sombra de un árbol en el centro de la rotonda. Su compañero hace lo propio. Él ha logrado vender un paquete. Otra manada de coches y el resultado es el mismo. Quizás ambos, Amadou y su compañero, tuvieran que darle un porcentaje de lo obtenido a algún pícaro que hubiese ideado una oportunidad de negocio facilitándoles los vestidos. Entonces pienso que yo estaba equivocado. Puede que los 5 euros que le dio Rafael fuesen más de lo que puede obtener en dos horas de venta de "clines", y además libre de ese ridículo atuendo con el que apenas puede moverse.. Pensar esto me hizo sentir bien por unos segundos, pero sólo por unos segundos.

Pasa el tiempo y, lógicamente, me olvido de Amadou y me centro en los mosaicos. Hoy le recuerdo. Guardo su mirada limpia y su dignidad a prueba de faralaes.





martes, 1 de octubre de 2013

TAN CERCA Y TAN LEJOS A LA VEZ.

Esta vez me apetece contar una de las experiencias más excitantes que he tenido a nivel profesional, casi comparable a la del clavo de Zeledonio. También está marcada por una coincidencia enorme que incluso a mí, escéptico empedernido, me ha hecho varias veces tambalear en dicho escepticismo. Y también me estimuló a pensar en la proximidad y la lejanía, en el espacio y en el tiempo.

Es primavera del año 2005. Hace casi exactamente un año del horror del 11-M. Recibo una llamada. Me cuentan que en una zona en la que se está trabajando en la remodelación de la M30 parece que han aparecido unos huesos indeterminados. Me dicen que acuda con urgencia para evaluarlo y ver la posibilidad de extraerlos. Cojo lo necesario y salgo para allá a toda prisa. Me planto allí en unos minutos. Es un punto a escasos 50 metros del pirulí (la torre de telecomunicaciones así conocida). Compruebo que justo en el punto donde habían aparecido los huesos, dos días antes me había parado yo para descansar un rato al pasar por allí en bicicleta. Aún asombrado por la casualidad, me muestran algo que parece hueso semifosilizado asomando bajo tierra, en el interior de lo que era una cata arqueológica. Abro mi caja de herramientas y saco bisturí, espátula, brocha, gasa, adhesivos, cámara fotográfica (ya digital), etc. y me pongo a retirar tierra y a excavar a la vez que voy consolidando y engasando lo que va a apareciendo. Continúo despacio y con método, pero sin mucha pausa ya que es todo urgente; la M30 no espera. 

Después de varias horas he conseguido delimitar un bloque de sedimento fuera del cuál ya no aparecen restos óseos. Sean lo que sean esos huesos, están dentro de ese bloque. Los arqueólogos encargados se marchan a comer mientras yo me quedo trabajando, animado por la expectación y por la incipiente sospecha de que puede haber algo interesante allí dentro. Ya por la tarde, la paleontóloga, quizás algo novata entonces, se asusta y me pide que deje de trabajar. Es su responsabilidad también y prefiere ser muy cauta. No me conoce y no se fía del todo de mí.. Yo le digo que no se preocupe por nada, que sé perfectamente lo que estoy haciendo y que sea lo que sea está en buenas manos. 

El caso es que se va todo el mundo a las 5 de la tarde, salvo yo que me quedo trabajando, haciendo caso omiso a lo que me pidió la prudente paleontóloga. El bloque ya ha sido protegido y rodeado de espuma de poliuretano. Y ha sido extraído del terreno y colocado con grúa junto a las casetas de obra. Yo estoy retirando más tierra del bloque y consolidando según veo aparecer superficie ósea. Continúo y continúo mientras mi emoción va in crescendo según veo que lo que hay allí dentro no es ni mucho menos un amasijo de fragmentos de hueso como podría haber parecido en un principio. Empiezo a ponerme nervioso y a ser invadido por una euforia prudente.

Sigo trabajando. Decido hacer una cata cuadrada en la tierra del bloque hasta llegar a donde hubiera que llegar. Por fin toco hueso. Y tiene muy buena pinta lo que veo a través de la ventanita que he hecho en la tierra. Parece el splacnocráneo (cráneo facial) de un animal bastante grande.

Y por fin, tras largos minutos, se resuelve el rompezabezas en mi mente. De repente sé perfectamente lo que tengo entre manos; sólo hay que retirar unos 50 kilos más de tierra. Me detengo, hago mil fotos y pienso en llamar a todo el mundo para que venga a verlo. Estoy eufórico andando de aquí para allá. Sin embargo cambio de opinión y decido proseguir hasta dejar todo el hueso a la vista. Algo comprimido, deformado y fracturado, pero el hueso está bien conservado. No cabe duda, es un majestuoso cráneo completo de Bos primigenius, también conocido como Uro. Es un bóvido gigantesco de la altura de un caballo y de más de una tonelada de peso.

Por la posterior datación se supo que el especimen, al que estúpidamente bauticé como Tomasín, debió morir hace algo más de 10.000 años, al principio del Holoceno o al final del Pleistoceno Superior, por lo que quizás fuese uno de los últimos ejemplares antes de extinguirse la especie. Empiezo a deambular, nervioso y excitado. ¿Qué hago? ¿Llamo a los arqueólogos? ¿Lo cubro con tierra de nuevo y me voy? Miro la hora y ya es tarde para llamar a nadie, así que lo cubro y lo rodeo de bolsas con escombro para dar a entender que no se encontraría allí otra cosa que no fuese tierra o cascotes. 

Al día siguiente estoy allí el primero. Al poco tiempo lo ven los arqueólogos. La noticia corre como la pólvora entre aparejadores, constructores, jefes de obra etc. Todos quieren verlo. 

La paleontóloga, emocionada, se disculpa por su desconfianza y me abraza. Se produce una singular catarsis y todos los reunidos ríen tontamente durante unos minutos sin retirar su mirada del imponente cráneo que parecía mirarles desde la noche de los tiempos. 



Llevé el cráneo al taller. Allí terminé de reforzarlo, consolidarlo y limpiarlo. Durante ese tiempo, una semana o dos, me quedé allí a dormir por no separarme de él. Suena absurdo, pero me encantaba quedarme dormido mientras lo observaba desde el improvisado dormitorio. Imaginaba su impresionante corpulencia pastando y bebiendo en el río. Me apasionó este trabajo y me sentí muy afortunado. Una vez acabado lo embalé y lo llevé a un importante museo arqueológico donde actualmente se exhibe.


A quien no le llamen la atención estos temas puede parecerle exagerada mi euforia solitaria ante lo que había conseguido recuperar aquella tarde.

Sin embargo, creo que  mucha gente lo entenderá y, de haber estado allí, habría sentido un escalofrío si se le dice que a tiro de piedra (literalmente) del pirulí y dos metros bajo sus pies, yace el cráneo de un gigantesco animal que nació, vivió y murió hace 10.000 años, poco antes de que se conociese la agricultura y la ganadería en la península. 

Y es así, cuando deambulamos por la calle o por el campo, puede que a unos metros por debajo de la suela de nuestro calzado yazcan los restos de seres que vivieron en tiempos que ni intuimos. Tan cerca y tan lejos, tan lejos y tan cerca a la vez.


Y de repente, por mero azar muchas veces, por algo tan prosaico como la decisión de soterrar una autovía, el pasado remoto salta al presente en un instante. Hace unos 10.000 años, un enorme uro muere cerca de un río por razones que no podemos conocer. Su cuerpo es comido y se descompone. La cabeza es arrastrada por el río hasta quedar semioculta en una zona fangosa. El viento y la propia remodelación natural del paisaje la cubren de sedimentos año tras año. El río cambia su curso. Los tejidos blandos desaparecen totalmente y el cráneo de tan soberbio animal queda sepultado para la eternidad. Sin embargo, diez milenios después, los descendientes de aquellos humanos que convivieron con él, viven en ciudades y se desplazan, casi todos, en automóviles que recorrer pistas de asfalto, cuyo rediseño implica un inevitable movimiento de tierra que, de forma totalmente azarosa, pone al descubierto de nuevo los restos de aquel bóvido esplendido que duplica la talla de su primo actual. Tan cerca y tan lejos, tan lejos y tan cerca a la vez.

Es posible que los huesos que hoy sostienen tu cuerpo, o quizás estas palabras que yo ahora escribo, o la música que compone un desconocido o una carta de amor perdida, en general cualquier legado material que podamos dejar tras nuestra muerte y no perezca, pueda, por accidente, ser hallado y después estudiado por vete a saber quién en otros 10.000 años. Quizás algo de nosotros, tras la muerte, esté alejadísimo en el tiempo de esos seres que hallen fortuitamente ese "algo", pero quizás esté también a escasos metros de ellos. Y quizás también esos seres se pregunten a quién pertenecieron tus huesos, o intenten descifrar mis palabras o interpretar la música de ese desconocido o las palabras de esa carta. Tan cerca y tan lejos, tan lejos y tan cerca a la vez.

Así que me parece interesante dejar algo para que sea, quizás, recuperado en un lejano futuro, tal y como hizo Zeledonio con su clavo. Quizás alguien lo halle y hable de ti en un blog o en algo que ni imaginemos. Obviamente, o eso creo, nada nos importará en ese momento ya que llevaremos largo tiempo siendo polvo. Pero puede que consigamos que alguien sienta ese escalofrío dentro de cientos o miles de años. ¿Para qué? Para eso, nada más que para eso, para regalarle algo a un desconocido/a del futuro y jugar a imaginar su reacción.