miércoles, 10 de septiembre de 2014

EL SUEÑO DE LA EVOLUCIÓN GENERA MONSTRUOS

Allá por 2005 nos encargaron la creación de una maqueta de trilobites 1:200, es decir, convertir lo que fue un pequeño artrópodo marino (unos 5 centímetros) del Ordovícico (desde hace 505 hasta hace 440 millones de años) en un bicharraco de más de 2 metros de longitud. Eso sí, de poliester. El destino de la maqueta era el Museo de la Autovía del Cantábrico, en Ribadesella, Asturias, destinado a mostrar los hallazgos geológicos y paleontológicos realizados al excavarse un gran túnel en la roca para dicha autovía.

El reto resultaba emocionante y no exento de complicaciones. Partimos de observar al microscopio hasta los más mínimos detalles de un pequeño fósil perfectamente conservado y llevarlo todo a planos y dibujos. Después elegimos el material en que crearíamos el modelo a partir del cual obtendríamos una réplica a molde a la que añadiríamos todo tipo de detalles, pintaríamos, etc. Interesaba un material ligero y fácilmente trabajable, por lo que optamos por poliestireno extruido, el tipico "corcho blanco" de los embalajes. Así que fuimos a comprar un bloque de 2 x 1 x 1 metros.

Lo llevamos a mano hasta el taller en una especie de procesión funeraria con un extraño ataúd blanco a hombros, despertando la intriga de los viandantes. A mí se me ocurrió hacer un paso solemne y ceremonioso para acentuar lo teatral, como si llevásemos en procesión al "Cristo embalado". En fin, una vez llegados al taller dibujamos los perfiles y alzados sobre el bloque y comenzamos a desbastar y lijar. Enormes cantidades de "bolitas blancas" se esparcían por el taller. Una vez tallada la forma general pasamos a aplicar barro sobre ella para modelar después los diminutos detalles. La textura granulada del exoesqueleto del animalillo la imitamos pegando miles de bolitas de arcilla expandida y los cientos de celdas de sus ojos compuestos, con medicamentos de homeopatía en forma de microesferas. Después llegó el molde en silicona y carcasa de poliester y fibra de vidrio y finalmente la réplica en el mismo material, teñido de verde.





Al retirar el molde de silicona dimos por parida a la criatura. Finalmente llegó el proceso de pintarla, añadirle las incontables patitas, las antenas, y todo tipo de detalles accesorios. Los cilios de las patas fueron imitados con sendas plumas de buitre que alguien trajo de la sierra. Les dimos laca "Nelly" a todas para fijarlas. Una vez acabada, la maqueta partió a Ribadesella. El día de la inauguración de la exposición, la maqueta era, lógicamente, la estrella. Los niños querían tocarla y la gente se hacía fotos con ella. En un momento determinado se escucha el sonido de varios coches llegando, seguido de un cierto revuelo protagonizado por asistentes, periodistas, fotógrafos y seguridad. Se establece un pasillo para que por él acceda Álvarez Cascos. El presidente entra, es profusamente fotografiado junto a la maqueta, dice unas palabras y se va por donde ha venido al poco rato. Se supo después que existía la intención de bautizar a algunas de las nuevas especies halladas en el túnel con los apellidos de los entonces peces gordos del partido; los apellidos latinizados de esas especies serían "casquensis", "ratensis" o "acebensis". Afortunadamente creo que no llegó esto a consolidarse.

Ha pasado más de una década de aquello y el modelo que tallamos permanece en la terraza de casa como un invitado de piedra para curiosidad y extrañeza de vecinos y visitas. El trilobites de dos metros "decora" una esquina de la terraza y se ha convertido en una especie de absurdo photocall casero junto al que han sido retratados numerosos e insignes personajes de la vida madrileña "underground". También es la atalaya desde la que otea "Pedro".

El planeta en que vivimos ha cambiado radicalmente desde que estos pequeños artrópodos poblaban los fondos marinos junto a nautilus, peces sin mandíbulas, los primeros tiburones, escorpiones de hasta dos metros de largo y demás fauna que hoy nos parecería de otro mundo. En cierto modo era otro mundo. No existía fauna en la superficie firme por los bajisimos niveles de oxígeno; tan sólo algunas plantas elementales comenzaban a asomar. El clima era muy caluroso, tropical, con medias de 40 y 50 ºC. El nivel del mar nunca ha estado ni estuvo tan alto como entonces y los continentes mostraban una configuración absolutamente distinta a la actual.

Las entonces cuatro grandes masas de tierra emergida ocupaban casi exclusivamente el hemisferio sur; Gondwana, Laurentia, Báltica y Siberia eran continentes de caliza pelados y yermos sin apenas signos de vida. Ésta, oculta bajo los inmensos océanos, bullía en miles de formas fantasmagóricas que hoy día protagonizarían una película de ciencia ficción de serie B. Una Tierra irreconocible.

Pero no hace falta retroceder en el tiempo para encontrar seres extraños. Hoy existen especies cuyos aspectos y formas de vida son misteriosas, incluso inexplicables. Quizás una hipotética cultura extraterrestre que visitase mañana la Tierra quedaría tan sorprendida como si lo hubiese hecho en el Ordovícico. No hablo de los demenciales peces abisales que parecen producto de una pesadilla, ni de los grotescos microorganismos como el gorgojo del polvo, ni del equidna, el kiwi o el ornitorrinco, sino de seres mucho más complejos, evolucionados a partir de algún "sencillo" ser que compartió el fondo de los océanos con los trilobites.

Hoy, 400 millones de años después, miles de millones de estos disparatados seres, esencialmente distintos, dominan todo el orbe, lo modifican a su antojo y causan lo que algunos de ellos llaman la séptima gran extinción, la primera vez que una de estas hecatombes biológicas es producida, no por factores geológicos, climáticos o del espacio exterior, sino por la presencia y actividad de una sola especie. Pero esta especie, dotada de una poderosa inteligencia y autoconsciencia, es, hasta la fecha, la más rara de todas. Ríanse ustedes de los "bichos" del Ordovícico. Capaces de crear maravillas y atrocidades extremas, son seres absolutamente únicos. A modo de ejemplo; ¿Como serán estos seres de raros y misteriosos que han desarrollado consciencia y se preguntan cosas a las que se atreven a responder; muchos de ellos tienen la extraña creencia de que son el final de la evolución o, incluso, tras el abrir y cerrar de ojos que llevan en el planeta, creen ser la creación de un ser intangible que les ama, juzga y castiga. Incluso llegan a imaginar una segunda vida en su compañía y en la de otros congéneres muertos. Desde el punto de vista de la evolución de la vida en la Tierra, estos seres son, sin lugar a dudas, los más extraños habidos y que puedan imaginarse. Y curiosamente, son estos seres los únicos capaces de imaginar.

Quizás algún día, algunos seres cuya naturaleza hoy ni barruntamos, exhiban en sus terrazas o vaya usted a saber donde, recreaciones de estos especímenes, aquellos que vivieron al final del Pleistoceno y en el Holoceno, aquellos que causaron la séptima gran extinción. Serían para ellos una enorme rareza, unos verdaderos monstruos del pasado, un capricho de la evolución, quizás otro experimento fallido, quizás sólo el devenir del azar que "rigió" todo desde que una cadena de ácido ribonucleico se replicó a sí misma.

La buena noticia es que tenemos el privilegio de contemplar en acción a estos seres impensables. Somos testigos de excepción de su vida en este planeta y dejaremos huella y registro de casi todo, poniéndoselo fácil a hipotéticos paleontólogos del futuro, sea cual sea su especie o incluso su planeta. Para observar a estos seres nos basta mirar alrededor o incluso colocarnos frente a un espejo. Incluso podemos indagar en sus mentes con sólo cerrar los ojos.

En fin, a veces visualizo nuestro entorno planetario cercano como un enorme conjunto de naranjas desparramadas siendo nosotros un conjunto de hormigas que recorren una sola de ellas. Esto podría parecer denigrante, pero no nos consta otra cosa; somos una especie en pañales que ocupa un diminuto planeta que orbita en torno a una estrella vulgar de entre los cientos de miles que componen una sola de las incontables galaxias que pueblan lo observable de uno de los posibles múltiples universos. Nuestra situación es terrible; por un lado somos únicos (aunque a su modo también lo es la avispa alfarera, por ejemplo), lo que hace que muchos de nosotros se consideren el objetivo final de la creación/evolución, pero por otro lado nos sentimos profundamente solos en la inconmensurable inmensidad del espacio-tiempo. 

Una cálida noche de este verano (2014) tuve la ocasión y el inmenso placer de tumbarme en el campo junto a un amigo en medio de la nada en un paraje de la despoblada provincia de Teruél y contemplar como nunca lo había hecho y con una cerveza en la mano, el majestuoso espectáculo que ofrece uno de los brazos de la galaxia (la Vía Láctea, lógicamente). La lección de humildad (más bien de realidad) que ofrece su mera observación debería ser prioritaria y regalada a todo ser humano. Quién sabe, quizás los delfines sientan curiosidad por esa guirnalda de luces que se les ofrece cada noche cuando salen a flote para respirar. 

La luz, si bien tenue y lejana, procede de allí arriba, y hay que recibirla libre de la contaminación de farolas, de miedos y de arrogancia. Pese a ser excesivamente abundantes, somos unos bichos muy muy raros.
¿O no?

Os dejo un bonito vídeo de todo el proceso.



viernes, 9 de mayo de 2014

NOTICIARIO DOCUMENTAL

Asistentes al acto. En círculo rojo, un servidor tratando sin éxito de escapar
de las cámaras. 
Toledo, 2014. Tras varias semanas terminamos el trabajo en el convento de las monjas de los huevos -las citadas en la entrada anterior-  y, como colofón, me sugiere mi socia Bianca la posibilidad de asistir a un concierto de música sacra, concretamente el Requiem de Cristobal de Morales, en la catedral de Toledo por el funeral del  pintor cretense de nombre Doménikos Theotokópoulos. Accedo gustoso y vamos para allá. Aquello está de bote en bote, predominando el característico rubio popular.  Se ve mucha policía alrededor, tanto agentes como secreta. Nos sentamos donde podemos y empieza el acto. Miro a mi alrededor y detecto una cara conocida. Es la de Loquillo que por ahí anda sentado con sus gafas de sol.

Pero aquello resulta no ser un concierto como yo tenía entendido, sino una misa cantada y el resto hablado en latín, sin que la inmensa mayoría entienda una palabra de lo que se está diciendo en dicha lengua muerta. Eso sí, cuando se detecta el castellano la gente se levanta y dice aquello de "te alabamos, señor". Luego dice el cura lo de "daos fraternalmente la paz", justo antes de que una señora con el pelo a lo Aguirre y mirada fría me extienda su mano enjoyada, cuando fuera del templo, intuyo, me ignoraría en casi cualquier circunstancia. Yo la miro inexpresivo y me impaciento por salir de allí, pero no puedo. Policías secretas y guardaespaldas se despliegan por los pasillos. Alguien importante va a entrar. Efectivamente, seguida por una comitiva aparece la presidenta de la comunidad. Eso sí, sin toquilla ni peineta, vestida de litúrgico morado, como bien se dispuso en el concilio vaticano II. Se produce un murmullo de voces de señoras que comentan su llegada. Una de ellas manifiesta a otra su intención de intentar saludarla al final del acto. El caso es que todas las "personalidades" que la acompañan, militares, gente muy trajeada y ella misma, se adentran hasta llegar a la primera fila ante el cura (u obispo, cardenal o lo que fuese). Hay monitores de plasma por todas partes que permiten seguir sus evoluciones con cierto detalle. El cura prosigue su homilía o como quiera que se llame su discurso. Ya me quedo allí por mera curiosidad antropológica y observo el semblante de la presidenta, altivo y aparentemente grave y severo. Admito que por un momento me llegó a convencer, incluso de que sentía "hondo pesar" por la muerte del pintor cretense. No sé como va esto, pero parece ser que el cura dice una cosas y la gente las repite. Entonces hay un primer plano en los monitores. La presidenta es enfocada.

-Mea culpa, mea culpa, mea culpa... -dice en perfecto latín según mira al suelo y se da leves golpecitos en el pecho con la mano derecha.

Poco después acaba el acto y un aluvión de señoras se arremolina para estrechar la mano de la dirigente, una mujer muy popular
.
El caso es que yo iba a escuchar música sacra -me encanta pese a todas sus connotaciones y contexto- y me encontré con un espectáculo que podría haber sido especular de cualquier otro filmado por NO-DO.  Busqué a Loquillo con la mirada pero no le hallé. Salí de allí confuso, con la noción de haber asistido a una escena de otro tiempo, una escena del pasado, como una representación teatral de otra época, pero tan real y vigente como antaño.

Recapitulando, resulta que un pintor de iconos de la milenaria Creta, quizás conocedor del libre y naturalista arte minoico, decide marchar a Italia donde aprende la técnica y se deja influir por las tendencias pictóricas del momento. Después continúa hasta España instado por un amigo que le promete encargos; se asienta en Toledo y se convierte en un afamado pintor marcado claramente por la contrareforma, de férreo catolicismo frente a la reforma protestante cuyos tímidos brotes en España son perseguidos por herejía, siendo llevadas a la hoguera y al tormento cientos de personas por orden del inquisidor Niño de Guevara a quien retrató Doménikos magistralmente. Incluso él mismo es interrogado por los inquisidores por un asunto tan baladí como el tamaño de las alas que pinta a los ángeles, cuyo envergadura por lo visto excedía de la que se describía en la biblia. Pinta santos por todas partes. Tiene litigios económicos con monjas, con párrocos y hasta con el nuncio por el precio de sus obras. Vamos, un muy buen pintor que se busca la vida e intenta ganar todos los ducados que puede pintando básicamente lo que se le encarga. Acaba en Toledo circunstancialmente porque un amigo suyo le encarga pintar un convento allí y porque sabe que Felipe II busca pintores para el Monasterio de El Escorial. Salvo los retratos y alguna escena mitológica, toda su obra es de carácter religioso, por encargo y exaltando los valores del ultracatolicismo contrareformista. Le pagan por ello, razón más que suficiente, aunque casi llega a las manos con el mismo nuncio por desacuerdos económicos. Quizás, una tarde de domingo cualquiera, mientras el inquisidor posaba inmóvil al ser retratado por Doménikos, no muy lejos de allí algunos hombres y mujeres eran torturados y muertos por orden de aquel, dado que no creían en los santos ni en los templos ni en los iconos de madera y yeso.  

Total, que este señor termina muriendo y la Tierra, obstinada, da 400 vueltas al sol. La ciudad donde falleció se ha convertido en la capital de una región española. El gobierno de esta región decide conmemorar la muerte de aquel devoto pintor de iconos y santos -si bien un soberbio retratista- y celebra una misa por su alma. Se adorna el evento con músicos tocando el sacabuche y un coro cantando el Requiem de Cristobal de Morales. La gente se agolpa para asistir al evento y, en teoría, muy muy en teoría, pedir por el alma de este señor de Creta, difunto hace 4 siglos. Intuyo que la mayoría, independientemente de sus conocimientos sobre técnica pictórica, tiene palabras de elogio y alabanza hacia su figura. Imagino que esa mayoría, además, desconoce profundamente la obra de Cristóbal de Morales aunque comenta lo bonita que es la música y lo bonitos que son los santos. Todo les parece bonito. Asisten a la ceremonia y repiten lo que dice el sacerdote y, al acabar, algunos desean estrechar la mano de la devota presidenta, independientemente de los turbios asuntos que rodean su gestión.

En fin, cuando escucho eso de que "viajar está muy bien porque así conoces otras culturas", que es muy cierto, pienso en que no es imprescindible viajar para ello. Dentro de lo que conocemos como "nuestra cultura" hay actitudes y formas de vida tan diametralmente opuestas que podría decirse que son varias culturas independientes coexistiendo al límite del equilibrio. Me siento culturalmente más cercano a un lejano masai dando saltos durante horas que a estas devotas señoras que escuchan una misa por el "alma" de un pintor griego que se ganó la vida en Toledo pintando, igual que lo haría un herrero, un alfarero o un panadero desconocido. Personas que opinan que todo ha sido, es y será siempre así, como debe ser, como dios manda. Dóciles humanos con piel de borrego, carne de populismo o de doctrina.


Curiosamente Doménikos Theotokópoulos apenas fue valorado hasta fines del siglo XIX, fecha en que los modernistas y la generación del 98 y la Institución Libre de Enseñanza se interesaron por él y por su obra, entre ellos mi tío abuelo Gregorio Prieto. 

Sin querer quitar valor técnico y expresivo al pintor cretense -aunque sinceramente no me apasiona-, quizás la ciudad de Toledo podía, puestos a homenajear, hacer lo propio con respecto a alguno de los artistas nacidos allí, a un toledano, que es lo suyo.

Por ejemplo, Alberto Sánchez  (Toledo,1895 - Moscú, 1962), influido por el cubismo y el surrealismo, impulsor de la Escuela de Vallecas, amigo de Federico García Lorca y de mi tío abuelo Gregorio Prieto -que parece omnipresente, admito- y que acabo en el exilio, en Moscú, como profesor de dibujo de niños españoles también exiliados. Una de sus obras más significativas es la gran escultura de más de doce metros de altura titulada "El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella", expuesta junto al "Guernica" de Picasso en el Pabellón de la República Española de la Exposición Internacional de París de 1937. Quizás confiaba Sánchez en la derrota del fascismo en la recién iniciada Guerra Civil Española tras el golpe de estado. De esta obra hay una copia en el exterior de la entrada principal del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid.


Durante su estancia en Rusia creó muchas esculturas que ahora forman parte de las mejores colecciones de los museos españoles de arte contemporáneo.

En 2010 se proyectó instalar en el cerro Almodóvar de Vallecas la reconstrucción de una obra enorme llamada "El Monumento a los pájaros". Él deseaba que su obra fuera, además, un refugio para las aves. En la fotografía veis una maqueta de la obra.

Este hombre, de nombre y apellidos tan comunes e hijo de un panadero desconocido, podría haber sido con todo derecho uno de los iconos de la ultracatólica Toledo, pero claro, era republicano y rojo y, en vez de pintar santos esculpía y pintaba monigotes y cosas raras.

Mejor un pintor como dios manda.




jueves, 24 de abril de 2014

MANDA HUEVOS (A LAS MONJAS PARA QUE NO LLUEVA EL DÍA DE TU BODA)

2014, Toledo, Convento de clausura.

Trabajo en diversas restauraciones que se acometen en cierto convento de la capital castellanomanchega, coincidiendo con todos los eventos relacionados con el aniversario de la muerte del cretense Doménikos Theotokópoulos, el Greco. Son varias cosas sobre las que intervenimos mi socia y yo; unas columnas, unas puertas, la espadaña con sus campanas y unos artesonados en los patios interiores. Impera el silencio. El convento está habitado por tres monjas de avanzada edad de las cuales sólo una se deja ver con frecuencia. Se deja ver y oír porque habla por los codos. Las tres mujeres son muy pequeñas, pero la parlanchina lo es especialmente. No creo que llegue al metro treinta.

Una mañana estamos en el zaguán, reconstruyendo unas columnas. Es una especie de hall de entrada al convento. Al estar el edificio en obras, nadie de fuera puede entrar sin autorización previa y sin casco y botas de seguridad. Hay silencio casi total sólo interrumpido por algún pajarillo.

Una mujer de mediana edad se acerca a la entrada del zaguán. Porta una bolsa que trata con delicadeza. Al ver que no hay nadie más y que las puertas están cerradas se dirige a nosotros, concretamente a mi socia.

-Por favor ¿Para entregar unos huevos? -pregunta la mujer sin preámbulo ni saludo alguno.
-... ¿Cómo dice? -responde extrañada mi socia.
-Sí, para darle huevos a las monjitas.
-¿Pasan hambre acaso? No lo parece -intervengo yo.
-No, es que es tradición.
-¿Es tradición darle huevos a las monjas?
-Sí, es para que no llueva en la boda de una amiga.
-.......... -Nos miramos en silencio intentando entender.
-Pues es que esto está cerrado por obras. Venga en unas semanas a ver -responde mi socia.
-Es que mi amiga se casa en unos días y sería una pena que le lloviese con el peinado que se va a hacer.
-.......... -nuevo silencio
-¿Y qué quiere que yo le diga? Pues que lleve un paraguas. Bueno, espere que aviso a alguna de ellas -dice Bianca.

Total, que va a avisar a alguna de las tres monjas. Da con la parlanchina que sale al zaguán a atender a la mujer de los huevos.

-Pediremos. Pediremos para que no llueva, vaya tranquila -concluye la sor sin poder disimular cierto hartazgo mientras coge la bolsa con los huevos.

Si alguien tiene curiosidad por esta tradición, tiene aquí un detallado artículo.

Ya que había salido de su clausura, la diminuta religiosa aprovecha para ponerse de charla. Tras un rato acaba diciéndonos que tiene por ahí guardadas unas tablas del artesonado con unos dibujos a lápiz preciosos.


-Pasad, pasad que os lo enseño y me decís qué os parece. Es como un moro y unos niños. Y un animal.
-Bueno, vamos a verlo -digo yo con cierta curiosidad e intuyendo algo cómico.

Esperamos un rato en el patio antes de que aparezca la mujer con una tabla que conservaba restos de pintura y, efectivamente, unos dibujos a lápiz de buena factura.

-¿Lo veis? ¿Veis al moro? ¿Y esto que parece un perro? ¿ Y los niños? Yo creo que esto lo hizo un moro ¿Verdad? -pregunta algo excitada.
-Pues sí, eso parece... supongo que sí -respondemos por decir algo.

Pero en ese momento, mirando de cerca el dibujo, observamos que uno de los dos "niños" dibujados exhibe un enorme pene erecto que aparentemente pasó desapercibido a la sor. Yo, sin mediar palabra, cojo la tabla de sus manos y la apoyo en una pared para fotografiar el detalle. Bianca empieza a contener la risa mientras la mujer insiste en sus preguntas.

-¿Serán angelitos? Claro que un moro dibujando ángeles raro me parece.
-A mí también. No sé yo si van a ser angelitos, eh... -respondo yo mientras fotografío.

Me percato casi de inmediato de que no son angelitos, ni siquiera niños. Es claramente una dibujo de marcado carácter sexual en el que una figura masculina parece querer llevar la mano de otra, femenina y con velo, a su prominente miembro enhiesto.


-Pero sí, un moro sí que parece ser el autor, fíjese -digo yo.

Después me detengo en el dibujo de un ave y en el de una cabeza de caballo, y el de lo que parece ser un cordero degollado. Y después poso mis ojos en una mano que parece estar asiendo algo cilíndrico. Y sí, amigos, es lo que estáis pensado, otra pene, si bien fláccido en esta ocasión.

-Y esta mano ¿Qué le parece? -pregunto a la hermana.
-Muy bonita. Se nota que el moro dibujaba muy bien. Y parece que la mano sujeta algo...
-Parece un capullo -digo yo al borde de la carcajada.
-Pues sí, eso va a ser, un capullo -concluye la religiosa.



Esa misma tarde volvemos al zaguán. Resulta que otros albañiles han picado el muro y en un orificio han encontrado un cráneo humano. Nos le enseñan. Por la morfología general y por la arcada cigomática supongo que se trata del de una mujer. Además es muy pequeño, como el equivalente a un varón de unos 10 años. Sólo conserva un par de dientes desgastados por lo que infiero de que esa persona falleció a una edad avanzada. Casi seguro que se trata de los restos de alguna monja que por alguna razón fueron emparedados hace quizás un par de siglos. El cráneo pasa de mano en mano. Algunos se niegan a tocarlo pese a llevar guantes. Finalmente lo dejamos donde estaba, aunque a mí me queda la idea de llevármelo a casa. Sin saber la razón, lo bautizo como sor Gertrudis. Imagino la posibilidad de meterlo en la mochila, pero claro, el scaner del control de acceso al tren a Madrid lo detectaría y me metería en un lío. Posiblemente el de seguridad lo vería en su pantalla, llamaría a la policía y me vería en la tesitura de explicar a los agentes la procedencia del hueso.

-¿Qué hace usted en posesión de restos humanos? ¿De dónde proceden? -me preguntarían.
-Es el cráneo de sor Gertrudis -diría yo.
-Vamos a ver; dígame ahora mismo como está usted en posesión de este cráneo.
-Verá usted, agente. Me lo he traído de un convento de clausura. Ha aparecido emparedado en un muro y me lo llevo a casa como decoración.
-Le insto a que abandone esa actitud y esas bromas. Explíquese y no me cuente historias.
-No le miento, es la cabeza de sor Gertrudis, muerta hace siglos. Es casi una pieza arqueológica.
-Entréguemelo ahora mismo. Va a venir con nosotros a comisaria hasta que se aclare esto. Su DNI por favor.

Después pensé disimularlo en la capucha de mi chaquetón, pero finalmente desistí.

En fin, ya en serio, parece ser que eso de "meterse monja" está en declive en España. En la mayoría de los conventos apenas van quedando unas ancianas acompañadas de sores sudamericanas o filipinas. En cuanto a las razones por las que una mujer ingresaba -o ingresa- en un convento de clausura, una mayoría de creyentes dirá -supongo- que siguen su vocación y se casan con dios, y que llenan de gozo su contemplativa vida. Otros, también algo simplistas, dirán que se "meten a monjas" porque son muy feas y nadie las quiere. Intuyo que, al menos hasta hace unas décadas, los conventos estarían poblados por agregados de mujeres con motivaciones o presiones heterogéneas. Junto a algunas que, engañadas, creyesen realmente que estarían más cerca de un ser creador enclaustrándose y dedicándose a rezar, habría otras "metidas" por sus familias ante comportamientos disolutos evitando que la niña pecase; otras, poco agraciadas físicamente y con escasas posibilidades de casarse, encontrarían un sustento entre los muros conventuales, quizás otras con problemas psiquiátricos, y otras tantas abducidas por alguna secta poderosa.

Me detengo a observar a la monja parlanchina. Es minúscula, con voz y ademanes de niña. Se la ve aparentemente feliz, pero no puedo evitar sentir algo extraño y triste a la vez. Una anciana que cubre su pelo sin conocer bien la razón o razones, quizás sin intuir que más allá de su observancia y obediencia de las normas, hay una voluntad ajena y atávica de sumisión y de negación total de su propia feminidad y sexualidad que, desvanecidas a sus edad, seguro trataron de aflorar en su juventud como en la de casi cualquier ser humano. 

La Biología -en concreto lo sexual y reproductivo- sentó las bases de unos comportamientos sociales determinados que, fusionados con las particularidades de la psyche humana en cuanto a creencias y dominio, mutaron en normas y reglas cuyo sentido -si alguna vez lo tuvieron- se perdió con el paso de los siglos hasta quedar como una conducta fosilizada e inamovible. Sexos negados, mentes obturadas, cuerpos que languidecen y vidas enteras entregadas a un ser bondadoso imaginario y a sus imaginados intercesores con los humanos.

A la entrada del convento hay un jilguero enjaulado. Cuando te acercas a él y le hablas canta y salta de un palito a otro en su angosto cautiverio. No sabe que sus alas le permitieron volar y ver la tierra desde una distancia. Y morirá sin saberlo mientras contempla por última vez los muros de su claustro.  

jueves, 3 de abril de 2014

DE FÓSILES, ANCESTROS Y LA LEY DE LOS 6 GRADOS DE SEPARACIÓN

Todos aquellos que me conocéis sabéis que, entre otras cosas, me caracterizo por mi escepticismo total ante esoterismos, astrologías, predestinaciones, etc. Pero eso no quita para que sienta un cosquilleo especial cuando salta una de esas coincidencias que a muchos hacen pensar en alguna suerte de conexión mágica. Estas coincidencias nos llaman la atención y las ornamos con un aura de misterio, pero no solemos ser conscientes de los miles o millones de situaciones en las que NO se produce la menor coincidencia; sencillamente las ignoramos y sólo nos saltan a la vista los escasos hechos coincidentes. Dicho esto como preámbulo, paso a contaros como allá por 1993 descubrí accidentalmente un objeto que materializaba una gran coincidencia, una que me llevó tres cuartos de siglo atrás.

El gereral Ricardo Burguete.
Primavera de 1917. Zaragoza.
Un general de brigada y escritor recibe en su domicilio un paquete por correo postal desde Barcelona. Es un ejemplar de imprenta de su propio libro, uno de los muchos que ha publicado. Este último ha sido la labor de cerca de dos años, desde el inicio de la Gran Guerra tres años atrás. Abre el paquete conociendo de antemano su contenido. Observa la encuadernación, la portada, su fotografía, el papel, etc. Todo está bien. Se sienta en su sillón y lo ojea más detenidamente. Se sirve una copa de licor y enciende un cigarro puro. Detiene un momento su mirada en alguno de los recuerdos que se trajo de su campaña en Melilla y que decoran su salón. Cierra el libro y también sus ojos. Está cansado. Deja su mente al libre albedrío y le viene la idea de que quizás alguno de los ejemplares de esa edición acabe muchos años después en alguna perdida biblioteca, y que quizás algún también lejano descendiente lo encuentre un día casualmente. Se pregunta: ¿Qué impacto tendrá en él? ¿Sabrá algo de mi existencia?. Deja la copa en la mesa y se rinde al sueño.

Yo, preparando uno de los cráneos de
 Anancus avernensis para fotografiarlo.

Verano de 1993 (76 años después). Alcolea de Calatrava, Ciudad Real.
Uno de mis primeros trabajos como restaurador. Me llama alguien relacionado con el Museo de Ciencias Naturales para ofrecerme la posibilidad de trabajar los meses de verano en dicho pueblo manchego, restaurando unos imponentes fósiles de varios ejemplares de Anancus avernensis, un "elefante" de hace unos 3,5 millones de años. Indudablemente accedo, maravillado y emocionado. Total, que al día siguiente ya estamos trabajando. Las defensas (colmillos) de estos proboscídeos eran desmesuradamente grandes, alcanzando holgadamente los cuatro metros de longitud. Se trabta de retirar la matriz silícea que les rodeaba parcialmente, consolidarlos y unir los fragmentos. A lo largo del desarrollo del trabajo, numerosos vecinos vienen a curiosear y a preguntar. Yo les respondo amablemente pero me encuentro con caras de incredulidad, como si pensasen que les estaba tomando el pelo.


Todos los huesos y colmillos que restauramos se emplearon para recomponer el esqueleto que se exhibe en el Museo de Ciudad Real, compuesto por piezas de diferentes individuos. El tamaño de los colmillos es impresionante. 

Una de los colmillos, aún en su matriz de espuma de poliuretano.
Pero bueno, voy a lo que voy. El local donde están depositados los fósiles es lo que se conocía como "teleclub", una especie de anodino salón abandonado donde la gente se reunía a "ver la tele", los jovenes a bailar o quizás a leer algún libro de los que albergaba una pequeña biblioteca. La "tele" yace desvencijada e inoperativa mientras que el tocadiscos luce el polvo de años. Unas cajas de cartón albergan los pocos libros que se ofrecían para su libre lectura. Somos cuatro los que allí trabajamos, tres chicas y yo. Es frecuente que a media tarde nos tomemos algunos chupitos de un licor de café que quedaba por allí.

Leyenda de la portada del libro hallado en una polvorienta
caja de cartón.
Una de esas tardes al dejar de trabajar y de tomar chupitos, me entretengo vaciando las cajas de libros para ver su contenido. Al poco rato me quedo petrificado y absorto con un par de libros en la mano. Son dos ejemplares de una edición de 1917. Se conservan bastante bien. El  título -La ciencia militar ante la guerra europea- no me llama la atención apenas pero resulta que el autor del libro es mi tatarabuelo. Yo había escuchado a mi padre hablar de él alguna vez, pero no sabía absolutamente nada de su vida y milagros; tan sólo que fue un militar de alta graduación.

Ricardo Burguete.
Cuatro cosas sobre él: Ricardo Burguete Lana, (1871-1937). fue un militar y filósofo nacido en Zaragoza y fallecido en Valencia. Combatió en las campañas de África, Cuba y Filipinas, fue alto comisario de España en Marrruecos y director general de la Guardia Civil; recibió la Cruz Laureada de San Fernando en 1894. Aunque fue duro contra los obreros insurrectos en la rebelión asturiana de 1917, osciló hacia posturas claramente progresistas y, de hecho, cerró filas con la República en 1936; con todo, al hallarse en la reserva, sólo tuvo un alto cargo en la Cruz Roja Española. Sus ideas, influidas por la filosofía de Nietzsche, se pueden catalogar de regeneracionistas. Entre sus obras pueden mencionarse: Así hablaba Zorrapastro (1899) y Morbo nacional (1906). Dos de sus hijos, Luis y Manuel Burguete, también militares condecorados, morirían fusilados por orden de Queipo de Llano poco después del golpe de estado que inició la Guerra Civil Española. Mi tatarabuelo y padre de los fusilados tildaría poco antes de morir al ejecutor de "doblemente traidor y asesino".

Hugo Obermaier en alguna cueva asturiana.
Aquel verano de 1993 en que yo trabajaba con esos fósiles, acababa de terminar mis estudios de Prehistoria. Me fascinaba la combinación de esta carrera con la otra que terminé simultáneamente, la de Restauración y Conservación de Bienes Culturales, especialidad de Arqueología. Bien, pues una compañera de facultad me comentaba en los días finales de curso que tenía intención de hacer una Tesis Doctoral sobre la figura de Hugo Obermaier  (1877 - 1946), arqueólogo y paleontólogo alemán (con boina en la fotografía). Obermaier se hace sacerdote en 1900. En 1908 llega a España junto al también clérigo abate Henri Breuil donde visitan varias cuevas. Su trabajo más importante en ese momento es la excavación de la cueva de El Castillo en Cantabria pero hubo de ser suspendida debido al inicio de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo Obemaier permanece en España estudiando el arte prehistórico de las cuevas de Cantabria y Asturias. El Conde de la Vega del Sella le acoge en su palacio en Llanes y le integra dentro de la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas, por lo que más tarde se trasladará al Museo de Ciencias Naturales de Madrid. En 1916 publica en Madrid "El hombre fósil" y en 1924 recibe la nacionalidad española.

Hugo Obermaier, mi tatarabuelo el General
Burguete y el Marqués de la Vega del Sella.
En aquellos tiempos sin internet me encantaba hojear aquellas revistas con fotografías de las primeras etapas de la excavación paleolítica en España. Dos curas, uno francés y otro alemán, dirigían aquellas casi decimonónicas excavaciones. En alguna de las fotografías de campo aparecía junto a Obermaier un señor con bigote a lo Bismark de cuya identidad no tenía la menor idea y que me pasó completamente desapercibido.

Anteayer curioseaba en internet mientras me tomaba el café del desayuno. Buscaba datos y fotografías de mi tatarabuelo. De repente google me ofrece unas fotos de él que reconozco haber visto hace mucho. En ella aparece Hugo Obermaier. Me quedo patidifuso. Me entero de repente de que aquel tipo de bigote, aquel desconocido que posaba junto a mi admirado Obermaier no era otro que mi tatarabuelo, el militar/escritor/filósofo General Ricardo Burguete.




Desconozco completamente el vínculo entre el General Burguete y Hugo Obermaier. Quizás fuese amigo del Marqués de la Vega del Sella, quien había alojado a Obermaier en su palacio. Me llama la atención que en ambas fotografías el general aparece en el centro de la escena. Más aún cuando se encuentra fuera de su entorno natural, en las cercanías de cuevas con arte paleolítico y no entre tropas. Quizás el aura de poder hacía que los demás ocupasen lugares secundarios pese a tener más protagonismo en ese lugar concreto.

Mi tío abuelo Gregorio Prieto en una de 
las fotografías surrealista que se hizo 
tomar.
Volviendo a Alcolea de Calatrava y a ese verano de 1993, ocurrió después una cosa que ya me hizo sentir que algo raro estaba pasando en ese pueblo. Nada raro en realidad, sólo mero azar.

Paseo por una de sus calles y me detengo en el escaparate de una de las escasísimas tiendas a mirar cualquier cosa. Y delante de mis narices aparece un cartel pegado al cristal con cinta adhesiva. Dicho cartel anuncia una visita en autocar al cercano pueblo de Valdepeñas. El corto viaje incluye la visita al Museo de la Fundación Gregorio Prieto, mi tío abuelo por línea materna. Gregorio Prieto pintor de la generación del 27 y amigo íntimo de Alberti, Cernuda, Lorca y Dalí, acababa de fallecer al año anterior.

A quien interese, hasta el 20 de abril hay una curiosa exposición de sus fotografías y collages en el Museo de la Academia de Bellas Artes de San Fernando.




Resumo: Alguien del Museo de Ciencias Naturales me llama para restaurar fósiles en un pueblo de Ciudad Real donde accidentalmente encuentro dos libros escritos por mi tatarabuelo por línea paterna y un cartel que anuncia la visita al museo de mi tío abuelo por la materna, recién fallecido. Muchos pensaran que no es casual que yo fuese a trabajar a ese pueblo ese año, que el destino me ponía allí para que yo me encontrase de algún modo con mis orígenes recientes.

Hace unos diez años, mi amiga Montse, matemática, me habló por primera vez de la Ley de los seis grados de separación. Me fascinó. Por si alguien no sabe qué es esto, diré que es una especulación que afirma que es muy probable o seguro que todos los habitantes humanos del planeta puedan estar "conectados" por un máximo de seis pasos o grados, entendiendo como paso el vínculo de conocimiento. Si Fulanito Pérez conoce a 100 personas y cada una de esas 100 conoce a otras 100, la red se abre a 10.000, después a un millón y al acabar los 6 pasos llegamos a un millón de millones, lo que supera con creces la población humana global del planeta. Es decir, si la ley es cierta, tú podrías, técnicamente, dar un recado a un niño esquimal, a la concuñada de Rapel, o al mismísimo sursumcorda con tan sólo seis pasos como máximo.

Esta ley parece estar formulada para un momento en el tiempo. Pero ¿Y si incluimos la distancia temporal? Podríamos llegar a seis generaciones atrás, aunque lo más probable es que el destinatario del recado en el sexto paso llevase ya unas décadas criando malvas. Me pregunto por los miles de caminos desconocidos que hay entre tú y yo siguiendo esta cadena de conocidos. Y si viajáramos atrás en el tiempo, tarde o temprano encontraríamos a un ancestro común, quizás un tatarabuelo en coche de caballos, o un campesino en la Europa feudal, o un agricultor neolítico, o uno de los primeros humanos modernos saliendo de África hace 100.000 años. También encontraría ancestros compartidos incluso con mis gatos, con el jilguero que canturrea  tras la ventana o con la hormiga que deambula por la terraza. Incluso con las bacterias de tu intestino con las que vives en simbiosis.

Y bueno, si como parece probable según plantea la Panespermia, la Tierra fue "fecundada" por microorganismos llegados del espacio exterior a bordo de asteroides en la primeras fases de su formación hace 4.500 millones de años, podríamos tener ancestros comunes con seres inimaginables viviendo en planetas extrasolares separados de nosotros por miles de años luz y miles de grados en el tiempo. Y sí, también tengo ancestros comunes con los imponentes proboscídeos cuyos huesos fosilizados yo rescataba en aquel pueblo manchego; quizás ese ancestro común fuese un diminuto mamífero que sobreviviera hace 65 millones de años al evento de extinción que acabó con casi todos los dinosaurios (salvo algunos que empezaron a volar).

En fin, el árbol de la vida es un desmesurado fractal con casi infinitas ramificaciones. Nuestro entorno de familiares y amigos es un diminuto rincón de la estructura, una estructura dendrítica cuyo patrón se reproduce y se reproducirá a todas las escalas. Curiosamente el mismo patrón que vemos en las neuronas o en la superestructura del cosmos a máxima escala.  

lunes, 17 de marzo de 2014

DE MONJES Y PSICOLOGÍAS

      Me apetece contar algunas cosas de todas las que viví trabajando en el Monasterio de El Paular, en Rascafría, Madrid. Eran los años 1994-96 y fue en este lugar donde hallamos el barroco mensaje del carpintero Zeledonio Marín, aquel relacionado con el clavo en el nudo de la madera. Para quien no sepa de que hablo, le remito a mi entrada "Alguien publicó en mi muro hace 257 años" en este mismo blog.

       Un monasterio es un lugar especial por muchas razones. Para un agnóstico anticlerical como yo que se ve circunstancialmente abocado a permanecer allí, ese carácter especial es percibido de forma muy distinta a la de los propios monjes o visitantes.

      En aquel período habitaban la cartuja unos 15 o 16 monjes de los cuales conocí más estrechamente a 7. Se me ocurrió la gracia de, dado que mi socia se llama Bianca, decir que eran "Biancanieves y los 7 monjitos". Yo no sabía nada de estas cosas pero a la fuerza me enteré, por ejemplo, de que ellos eran “cartujos” y que su indumentaria era un hábito color pardo oscuro. Supe que desde temprano se reunían para sus ceremonias y cantaban maitines o lo que fuese. El silencio, la fría piedra, los cantos de las aves en primavera y aquel otro reverberante y sobrio de los monjes componían un ambiente muy especial que incluso a mí me sobrecogía. 

      Trabajábamos en la biblioteca. 

     El primer año nos ocupamos de restaurar las pinturas murales de la bóveda; lo habitual de inicios del siglo XVIII; santos, vírgenes, angelotes y guirnaldas. 

     Aupado a la bóveda sobre el andamio que yo mismo había montado entraba en un estado de aislamiento delicioso mientras consolidaba aquellas pinturas. 

      El olor a madera de pino y nogal de la enorme librería que restauraríamos unos años después colaboraba a esa sensación embriagadora. El paisaje es de una belleza seductora. La nevada sierra de Madrid de fondo, las verdes praderas y los famosos pinares del Paular. 

      Y para embellecer más la experiencia dos años después, la historia del clavo de Zeledonio tan especial y estimulante.

      Sí, todo esto es muy bonito, muy bucólico y muy todo. Pero la condición humana es la que es y el tríptico de psicologías de estos monjes cartujos me hacía descender de ese limbo a la realidad más humana, a veces cómica, otras ruin y otras casi indescriptible. La casi convivencia con los monjes durante un dilatado período me permitió conocerles un poco a fondo y examinar al ser humano debajo de ese hábito que les barniza de un ápice de supuesta espiritualidad y pretende esconder las miserias propias entre sus pliegues. Una de los primeros días de trabajo ocurrió algo que me permitió conocer sin margen de error la catadura de dos de ellos. Una enorme lámpara de madera pendía del centro de la bóveda de la biblioteca. Sujeta con una cadena que perforaba la pintura mural, había sido instalada en tiempo reciente. Se hacía imprescindible retirarla para acceder a todas los rincones y para que el andamio con ruedas no topase con ella continuamente.  Decidimos comentar a uno de los monjes nuestra necesidad de retirar la lámpara. Se trataba del “padre” Agustín. Resultó ser el mejor de todos, un buen hombre de (entonces) 83 años, de trato encantador y una candidez casi infantil, atento y servicial. 

      Total, que nos subimos Agustín y yo al andamio para observar el enganche de la lámpara. Estamos a unos 7 metros de altura. La forma de la bóveda no permite elevar con más alturas el andamio, por lo que para llegar al punto más alto nos vemos obligados a colocar tablones en último módulo y subirnos a ellos, sin protección alguna. El andamio no es muy bueno y lleva ruedas. No es estable; se mueve y se tambalea sensiblemente a cada movimiento nuestro. La idea es desenganchar la pesadísima lámpara de la cadena y bajarla. Con el interruptor apagado, corto el cable de luz y me dedico a levantar en vilo la lámpara mientras Agustín maniobra para liberarla de la cadena. La labor se hace más complicada de lo que parecía en principio. Repetidos intentos del anciano no logran desengancharla. Pesa mucho y yo empiezo a agotarme de tenerla en vilo. El andamio se mueve mucho y temo la posibilidad de que nos vayamos al suelo. Decidimos descansar unos minutos. Miro para abajo y observó que otro de los monjes nos mira en silencio sepulcral, muy pendiente de nuestras evoluciones. Le ignoro y vuelvo a la tarea. Levanto la lámpara de nuevo y Agustín vuelve a intentar soltarla.

      -Vamos, Agustín... a ver si hay suerte ahora -digo yo.
      -A ver, a ver si estoy mañoso. Creo que ya sé como ¿Aguantas? -responde el pequeño monje.
      -Tranquilo, si veo que no puedo se lo digo y paramos otra vez.

     De repente Agustín logra soltar el gancho. Estaba haciendo fuerza y el impulso le desequilibró. Se tambaleó y se me agarró a la manga del jersey para no caerse, con lo que me desequilibró a mí. Pudimos habernos caído muy fácilmente pero no fue así. Até la lámpara a una cuerda y la fui dejando caer poco a poco hasta llegar al suelo. Agustín y yo nos felicitamos, pero yo estaba lívido del susto. Una vez abajo, interviene el monje que miraba, el “padre” Luis. Electricista de profesión, ingresaba en la cartuja cuando le iban mal las cosas y la abandonaba cuando le salía trabajo. Así se ahorraba una pasta gansa.

      -Pues yo sé como bajar la lampara sin hacer lo que habéis hecho -dice el monje electricista con aire de suficiencia.

      Yo le miro estupefacto y le preguntó.

      -¿Cómo?
      -Subiendo por encima de la bóveda, debajo de la cubierta. Allí está sujeta la cadena. Se suelta de allí, la vas bajando y ya está.

      Me le quedo mirando atónito y pensando: “¿Y este cabrón ha sido capaz de estar callado cerca de media hora viendo como nos jugábamos el tipo en el andamio? Creo que no pude evitar mirarle con cara de asco.

      Como diría un argentino y nunca mejor dicho, el “padre” Luis era un reverendo hijo de la grandísima puta. No me gusta usar este insulto, pero admito que su significado social tiene mucha carga y se ajusta perfectamente a la bajeza de este sujeto. Otro día se acerca a ver el desmontaje de la librería, una labor ardua y complicada y enormemente laboriosa. Detecta que no es en absoluto bien recibido. Se queda un rato en silencio observando y habla.

      -Esto lo hago yo con cuatro tablas y un martillo.

      Le miramos con semblante inexpresivo en silencio total. Mantiene la mirada unos segundos y se va.

     El “padre” Mateo es vascofrancés y cleptómano. Ronda los ochenta y es aficionado a la jardinería. Era un tanto pícaro, lo que constatamos continuamente al escucharle piropos dirigidos a mi socia Bianca, algo subidos de tono. Entre nuestro material de trabajo hay un aspersor de gran tamaño que íbamos a emplear para aplicar determinados productos a la madera antigua. Un día ha desaparecido, junto con piquetas y demás útiles. A la fuerza tenía que haber sido un monje. Pero ¿Cuál de ellos? Después de mucho indagar, sorprendemos al “padre” Mateo escondiendo nuestras cosas en un cuchitril. No hubo más remedio que ponerle en evidencia.

      El “padre” Eulogio era un circunspecto señor granadino, muy serio y bien hablado. Alto y espigado, luce siempre una coloración roja intensa en su prominente nariz. Suele enzarzarse en largas charlas sobre la historia del monasterio con las que nos deleita mientras trabajábamos. No casualmente, él es quien se encarga de mostrar y explicar las particularidades de la cartuja a los visitantes. Su permanente nariz roja y un leve matiz en su voz nos hace pensar desde el principio que es un gran aficionado a la ingesta de licores. Un día nos colamos en el refectorio (comedor) para curiosear. Detectamos varias botellas vacías y una empezada de brandy “Napoleón” escondidas detrás de esculturas. Probablemente propiedad del “padre” Eulogio. Admito que me serví un copazo.

      Mucho más joven que el resto, el “padre” Mario es, muy probablemente, homosexual. De pelo rubio y acaracolado como un querubín, abunda en ademanes femeninos exagerados y volanderos. Su habito es, con diferencia, el más limpio y mejor cuidado de todos. Es aficionado a la pintura y desarrolla su actividad en una pequeña casa de madera sita en el huerto. Un día nos invita a ver su colección de cuadros. Bueno, no hacía falta ser un gran experto para percatarse de que aquello no hay por donde cogerlo. Con evasivas y medias verdades salimos del paso sin herirle gratuitamente.

      Era muy amigo del “padre” Bernardo. Éste, de mediana edad, era aficionado a las manualidades y había tenido a bien ocuparse de la “restauración” de algunas esculturas del monasterio. Educadamente nos pide un día opinión sobre sus intervenciones. Nos comenta que nos va a mostrar como ha reconstruido los dedos de un San Miguel. En cuanto lo veo apenas pude contener la risa. Escondo los labios hacia atrás mordiéndolos para esquivar la carcajada. Asiento para no tener que hablar y dejar salir la risotada. Aquello es de juzgado de guardia. Al aludido San Miguel le faltaban cuatro dedos de su mano izquierda. El buen hombre había “rehecho” los dedos de tal modo que aquello parecía un manojo de salchichas tiesas, rosas como la salsa y ofreciendo abiertamente un aspecto grotesco. Me resulta imposible comprender como él mismo no se daba cuenta de lo estrepitoso de su fracaso. Me maldigo por no haberme decidido a fotografiarlo, ya que cosas así no se ven todos los años.

      Tampoco pareció aquel manojo llamar la atención del “padre” Ildefonso. Es el padre prior, el que manda allí. Parece buena gente, aunque no tanto como Agustín. Aficionado a la horticultura, es fácil verle a ciertas horas dándole a la azada pese a su avanzada edad. Muy interesado por el progreso de nuestro trabajo, viene a vernos con frecuencia. Es navidad y, como es de esperar, se ha montado un belén en el deambulatorio del claustro. Ildefonso parece estar muy orgulloso del belén de este año al que califica de “muy realista”. Un día a la hora de comer nos dice:

     -Venid si queréis a ver el belén. Ya veréis que es muy realista y nos ha quedado fenomenal este año.

     Por no desairarle le acompañamos para verlo. Era, como no podía ser de otro modo, el típico y archirepetido montaje de figuritas sobre una tabla. Lo “realista” era el decorado. El río era un original papel de aluminio arrugado; los árboles, ramas pegadas; las rocas, piedrecillas del río; la estrella, una de cartón y papel charol. En suma, nada que lo distinguiese del belén que habría en un colegio. Sin embargo hay algunas cosas que no pegan. Entre ellas, unas piñas muy grandes que cuadruplican el tamaño de las figuras (¿árboles?), pero lo que más me llama la atención es una serie de “peces” colocados en tierra a ambas orillas del “río”. Empujado por la curiosidad termino preguntando.

      -Ildefonso ¿Qué hacen los peces fuera del agua a la orilla? ¿Se supone que los han pescado?
     -Ah, no. No es eso. Ha sido una idea del padre Miguel. Ha querido poner a los peces bebiendo en el río, ya sabes, como en el villancico.
      -... -le miro en silencio a los ojos con cara de tonto y titubeando la palabra “pero”.
      -... -mantiene Ildefonso la mirada esperando algún comentario mío.
      -Pero... los peces viven en el río, no se acercan al río a beber como los caballos.
      -Ah, bueno, da lo mismo. ¿No ves que es un belén? Es alegórico.
      -Ah, en ese caso... -digo yo perplejo- ¿Y las piñas? -añado.
      -Las piñas, piñas son.
      -Ah.

Fotografía reciente. Ninguno de los monjes aludidos aparece
en esta fotografía. Intuyo que la mayoría habrá fallecido ya.
       Un perfecto corolario a esta narración sería la manida frase “el hábito no hace al monje”. No sé si hay algo que “haga al monje”, pero desde luego el hábito no. O sí, según lo que entendamos por monje. Allí lo que había era un reducido grupo de seres humanos, de edad avanzada casi todos, que, por una razón o por otra, habían optado o no les quedaba otra que meterse a monje. Algunos quizás por vocación (sea eso lo que sea), otros por soledad, por desamparo, por aburrimiento, por necesidad, por falta de recursos, por miedo, por inadaptación, por tendencia sexual no declarada, por curiosidad, por presión familiar, etc. A saber. Quizás los muros de cal y canto y los hábitos de grueso lino sean buenos parapetos, lugares o envolturas donde ocultar los secretos ante los demás y puede que ante ellos mismos.

       A veces pienso en la idea de, a la vejez, juntarnos en una especie de comuna senil con gente de gustos y sensibilidades afines. Algo a lo que hemos bautizado Cocoon, como la película. Y ahora pienso que quizás lo que hagan estas monacales personas sea algo parecido, con la gran ventaja de que les sale todo gratis y están en un lugar privilegiado. A cambio sólo tienen que rezar un poco y dejarse ver con sus hábitos por turistas y visitantes como parte del atrezzo.

      Y es que los humanos somos, con nuestras virtudes y miserias que tarde o temprano afloran, seres individualistas en el fondo y para nada gregarios, adaptados culturalmente y de forma imperfecta a vivir en comunidad. Me pregunto por los secretos íntimos y las historias vitales de estos siete enanitos, autorecluidos tras los muros de esa prisión abierta, supuestamente dedicados a la introspección, al rezo y al estudio de las escrituras como leitmotiv de su aislada existencia. Y ya se sabe, la vejez nos hace y nos hará niños, inocentes y candorosos como el "padre" Agustín o miserables como el "padre" Luis. Otro día les tocará a las monjas, que también tienen lo suyo.