jueves, 26 de noviembre de 2015

PALEODRAMA 2: Dolni Vestonice (Tragedia fosilizada)


Laeka despertó pensando en el retraso de su menstruación. Era algo extraño. Todas las noches hacía una marca en un hueso de ciervo y cuando sangraba las marcas eran distintas, dobles. Ese hueso era su calendario, un registro de su estado. Contó varias veces las muescas para cerciorarse de que algo anormal estaba ocurriendo; demasiadas marcas sencillas seguidas. Dada su deformidad, su madre nunca pensó que concebiría por lo que no le habló de las consecuencias del embarazo. Laeka padecía una enfermedad congénita (condrodisplasia calcificans punctata) que se evidenciaba en una ostentosa cojera debida a la atrofia de uno de sus fémures. Su brazo izquierdo también era menor de lo normal. Sufría de dolores crónicos, de ictericia y cierta alopecia. Contaba 17 años pero pudo haber muerto a los 9 cuando una caída desde un pequeño barranco le causó varias fracturas óseas que soldaron de forma aleatoria.

Sacó su cojera de la choza y se dirigió hasta el tenderete donde pernoctaba el chamán. Necesitaba más del brebaje que le preparaba para paliar su dolor. El interior estaba repleto de figuras de barro cocido que representaban animales y rostros humanos. Su clan era, obviamente, totalmente ajeno a ello, pero se estaban adelantando en más de 10.000 años al descubrimiento y expansión de la tecnología cerámica. El chamán detectó inmediatamente que algo le ocurría a Laeka. Tras varias preguntas obtuvo la verdad de los temblorosos labios de la joven. Había sido forzada dos meses antes por Felek fuera del poblado. Felek era conocido por su carácter hosco y violento y se había granjeado el rechazo de buena parte del clan. Era la primera vez en muchos años que acaecía algo similar en el grupo, pero un acto así había de ser castigado, por lo que el chamán hizo conocer el testimonio de Laeka al jefe, un hombre casi anciano que vivía en la choza central del poblado, mayor y algo más lujosa que el resto. 

Laeka era de carácter introvertido y solitario; sólo tenía un amigo, algo mayor que ella. Yurn era un niño adulto con un retraso evidente. Sus condiciones especiales les unieron desde la niñez con un fuerte vínculo. Como cada mañana, ambos subirían a la colina para sentarse en una roca y contemplar el valle nevado. Pero alguien estaba decidido a concluir su trabajo. Felek les siguió y esperó oculto hasta que ambos se sentaran en su lugar favorito. Entonces ocurrió; en un acto que apenas duró unos segundos Felek acabó con la vida de ambos a golpe de piedra. A su regreso al poblado fue detectado por un puñado de hombres presidido por el jefe del clan. Le estaban buscando. Fue apresado e inmovilizado para ser interrogado por el jefe. Pasaron largas horas hasta que se hizo patente la ausencia de Laeka y de Yurn, pero nada se haría hasta el día siguiente. 

Esa mañana, un niño hallaría los cadáveres ensangrentados de ambos y correría al poblado a dar noticia. Todo fue rápido. La sospecha sobre Felek era más que una certidumbre. Cuatro hombres buscarían los cuerpos de los tullidos según las indicaciones del niño y los traerían al centro del poblado. La agitación reunió a casi todo el clan en torno a la escena, compuesta por los dos cadáveres tendidos, el agresor inmovilizado, y el jefe y varios hombres en derredor . La decisión del jefe no se hizo esperar. Felek sería ejecutado y enterrado junto a sus víctimas. Una mujer se acercó y lanzó una piedra a la cabeza del doble asesino, profiriendo gritos e insultos. Ese acto catalizó la reacción contenida de algunos de los reunidos que imitaron a la mujer. Entre ellos estaba el hermano mayor de Yurn. Sin dudarlo un instante se acercó al asesino y hundió su fina lanza en los genitales de Felek para inmediatamente después romperla dejando la punta insertada en el cuerpo de éste. Tras un largo silencio se produjeron exclamaciones de aprobación mientras Felek gritaba y agonizaba. Uno de los hombres le remató. Sin demora alguna se procedió a la inhumación de los cadáveres. Se haría según el ritual habitual, pero en la mente del jefe estaba la idea de llevarlo a cabo de un modo especialmente simbólico para que el acto quedara en el recuerdo de generaciones. Varios hombres llevaron los tres cuerpos a las afueras del poblado, seguidos de una comitiva bulliciosa presidida por el jefe. Una vez allí, dos hombres cavaron una amplia fosa en el duro suelo semicongelado. En primer lugar se depositó el cuerpo extendido de Laeka. A continuación el de Yurn a la derecha del de la mujer. El jefe recolocó el inerte brazo derecho de éste de forma que su mano quedase a la altura del sexo de Laeka. Finalmente se depositó el cuerpo de Felek, desnudo y boca abajo, como si se le condenase a la oscuridad eterna. Acto seguido, el chamán espolvoreo pigmento rojo sobre las cabezas de los tres, para después hacerlo también sobre el pubis de la joven. Tras unos conjuros, los hombres cubrieron los cadáveres con la tierra y colocaron ramas sobre el conjunto. El chamán las hizo arder mientras pronunciaba nuevas palabras que cortaban el silencio. Todo volvió a la normalidad, pero la narración del luctuoso suceso se filtraría en el tiempo por varias generaciones.



27.000 años después. 
1986, Excavación arqueológica cercana a Brno, República checa.


Es una calurosa mañana de primavera. El yacimiento de Dolni Vestonice es ya conocido por sorprendentes hallazgos previos desde 1924. Corresponde al período conocido como gravetiense (Paleolítico superior). Los humanos modernos, cromañones, sapiens o como prefiramos llamarlos, llevaban ya más de 10.000 en Europa tras la extinción definitiva de los neanderthales. Un especialista de Brno es llamado para serle notificado el sorprendente hallazgo de un enterramiento triple. Cuando llega al yacimiento queda impactado por lo que se muestra ante sus ojos. Tres esqueletos perfectamente conservados pero en una disposición tan atípica como caprichosa, haciéndole reconstruir la escena de forma casi inconsciente. Observa y documenta la posición de los restos. Se percata de que hay pigmento rojo sobre los cráneos de los tres individuos y también sobre los huesos del pubis del individuo central. Le inquieta que uno de los esqueletos yace boca abajo y que el otro lleva su mano al sexo del central. 

Durante el levantamiento de los restos, descubre trazas de un elemento de madera, probablemente la punta de una lanza, inserta en la pelvis de uno de los individuos. Posteriores estudios sobre los huesos permiten determinar el sexo de los tres jóvenes y la dolorosa enfermedad del que fue situado en el centro, probablemente una mujer, dado que un varón no habría sobrevivido a dicha dolencia. También se hallan vestigios de lo que pudo ser un feto entre los huesos pélvicos del individuo central.


Hoy día se acumulan las especulaciones sobre lo que ocurrió antes y durante el ritual de enterramiento de aquellos cuerpos, de las cuales ésta es una más. Podemos estar casi seguros de que jamás conoceremos la verdad, pero hay algo de lo que sí podemos tener certeza; la historia (y prehistoria) de la humanidad está plagada de sucesos de todo tipo que ilustran la condición humana y que algunos de ellos dejan alguna pista, algunos indicios de la "escena del crimen". Y sólo algunos de ellos son detectados en nuestro insaciable deseo de conocimiento. El triple enterramiento de Dolni Vestonice parece un rompecabezas, un acertijo inconsciente planteado hace 27.000 años. Un cruel acertijo cargado de pistas tan impactantes como ambiguas que pueden encender nuestra imaginación para elucubrar con la certeza de que nadie desvelará jamás la solución correcta.


Somos seres complejisimos, quizás víctimas de una trampa de los genes para involucrarnos en una espiral descontrolada y espoleada por un éxito evolutivo sin precedentes y una mente capaz incluso de investigarse a sí misma, favoreciendo la eclosión de incontables fenómenos emergentes que se imbrican en un tejido multidimensional que nos lleva a huir hacia delante como único camino posible. Quizás sea un inevitable y tortusoso sendero cuya finalidad sea la expansión de la consciencia. Y quizás sea algo que haya ocurrido, ocurre y vaya a ocurrir en innumerables rincones de este universo. El enterramiento de Dolni Vestonice es, desde esta perspectiva, uno de los miles de indicios de la etapa embrionaria de esa complejidad social, cultural, biológica y cognitiva de la que no podemos escapar como especie.

La próxima entrada tocará otro aspecto de esa complejidad, otro mucho más agradable y bello, también registrado de forma arqueológica. No todo va a ser sombrío.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

PALEODRAMA 1: GROTTA DI LAMALUNGA (Prisión eterna)


Inicio hoy una nueva sección en este blog a la que llamo PALEODRAMAS. El nombre parece muy dramático, pero sólo alude a su acepción original como representación teatral, si bien forzosamente literaria en un blog. Ahora que, 20 años después de abandonarla, retomo mi Tesis Doctoral en Prehistoria, me ha parecido buena idea "novelar" las interpretaciones de ciertos hallazgos paleoantropológicos inusuales o excepcionales; aquellos que pinchan desde la noche de los tiempos para que imagines su origen, sus circunstancias y te preguntes ¿Qué pasó allí?

Así que os brindo una serie de microhistorias de la Prehistoria. Son obviamente imaginadas pero con base y rigor científico, ciñéndome a los hallazgos y los datos extraídos de ellos. Lo inauguro con el "hombre de Altamura" (no confundir con Altamira). Es un caso dramático realmente, pero los siguientes no tendrán porque serlo, o no tanto. No obstante hoy tenemos la subsistencia como algo casi resuelto, pero hace miles o cientos de miles de años cada día era un durisimo reto. Espero que os guste y os dé que pensar.

PALEODRAMA 1: Grotta di Lamalunga.

Es una fría mañana de otoño. Llueve profusamente en el valle y el clan desea llegar a la nueva cueva que ha sido divisada en lontananza tras varios días de errante caminar. El colapso repentino de su anterior refugio mató a dos de los suyos y dejó el abrigo rocoso casi inhabitable, por lo que es imprescindible hallar y ocupar otro cuanto antes, hacer varios fuegos, calentarse, comer y descansar. Al llegar a la angosta entrada de la nueva gruta, dos de los veteranos, Lamal y Unga, son designados por el jefe del clan para inspeccionarla y comprobar que está libre de osos, hienas u otros humanos. Ambos hombres se adentran con cautela, portando sendas antorchas. El suelo está alfombrado por huesos de animales, entre los que Unga distingue algún cráneo de oso. 



La humedad se respira en cada bocanada y la oscuridad creciente hace brillar cada vez más el fuego de las antorchas. Cientos de estalactitas adornan el estrecho pasadizo que lleva hasta una enorme sala presidida por un lago cristalino. El lugar parece más que apto para asentarse, o al menos para hacer una parada estratégica. Unga gestualiza mientras dice a su compañero que deben volver y hacer entrar al resto del clan, pero Lamal insiste en continuar explorando un poco más y cerciorarse de que no hay osos u otros humanos más adentro. Unga consiente. Ambos continúan camino por un muy estrecho y casi inundado canal que les lleva hasta una sala menor. Para llegar finalmente hasta ella, deben pasar por un saliente rocoso que salva una altura de varios metros. Tras dudar unos segundos, Lamal reanuda la marcha. Coloca su pie izquierdo sobre el saliente a la vez que aferra sus fuertes manos a las protuberancias rocosas de la pared. Pero en ese instante, el rugido cercano de un oso le sobresalta y le hace perder la concentración. Resbala y cae. Trata en vano de agarrarse a su compañero y su cuerpo golpea la pared opuesta antes de topar finalmente con el suelo del canal horadado por el agua. Grita su dolor y sangra. Sin embargo, no parece haberse lesionado gravemente. Puede andar en aquel reducido espacio. Su antorcha se ha apagado al caer en el suelo empapado y desde allí sólo puede ver la tenue luz de la antorcha de Unga que le grita. Lamal intenta trepar en vano por la resbaladiza pared. Lo hace una y otra vez pero sólo logra herir sus dedos y entrar en pánico. Unga decide volver a la entrada y pedir ayuda. Cuando vuelve con el jefe del clan y dos hombres más, Lamal parece no estar allí; no responde a los gritos de aquellos. Valiéndose del tacto, ha encontrado una abertura en la roca y la ha cruzado en busca de alguna salida al exterior o una forma de regresar al nivel superior de la gruta. Los hombres aguardan y se impacientan, pero el jefe les ordena permanecer allí y esperar; no pueden permitirse más pérdidas en aquella peligrosa cueva que habrían de compartir con osos. Lamal prosigue su camino en la más absoluta oscuridad y total silencio, sólo roto por su propia hiperventilación. De repente una luz inunda su visión, tras lo cual cae inconsciente al tropezar y golpear su cabeza fuertemente contra algún saliente invisible. Dos días pasarían hasta que el resto del clan decidiera dejar de llamarle y abandonar el lugar. El destino de Lamal estaba sellado. Moriría de hambre, que no de sed, en aquella noche perpetua. Al recuperar la consciencia deambularía a ciegas hasta que tras varios días sus fuerzas decayeran. Sólo podía esperar y morir. Cientos de recuerdos le acompañarían en su oscuridad; es un hombre casi anciano que ha alcanzado los 35 años. El tiempo pasa muy despacio y su estómago ruge como el oso que le sobresaltó. Lamal piensa y recuerda, recuerda y piensa. Y llora su desdicha. Sus huesos quedarán allí junto a los de todos aquellos animales. Finalmente muere en su prisión de roca calcárea empapada, ajeno a toda luz salvo la de su mente. En la entrada de la cueva, un cuervo grazna al ver a la comitiva alejarse.

128.000 AÑOS DESPUÉS
Octubre de 1993, Grotta di Lamalunga, Altamura, Italia.


Un grupo de espeleólogos del Centro de Investigación de Cuevas de Altamura ha decidido tratar de entrar en una gruta cuya nueva entrada expira aire en forma de una intensa corriente que anuncia la presencia de un gran espacio en el interior. La labor es enormemente complicada y requiere el uso de cuerdas y luz artificial. Tras descender por una chimenea vertical de 15 metros se topan con tres pasillos, de los cuales toman el central, de unos 20 metros de largo. Lo que sus lámparas de carburo les permiten ver es la pared cubierta de huesos de animales atrapados entre estalactitas y estalagmitas. Al final del pasillo detectan una pequeña cámara donde descubren, impactados, huesos humanos presididos por un cráneo invertido y embutidos en una masa caliza impenetrable.

Unos años después, en 2000, una cámara instalada junto a los restos permite a los visitantes del Centro de Interpretación ver en vivo el hallazgo. Gruesos haces de cables llevan la imagen hasta allí. Un vídeo en 3D acompaña la experiencia. Una década más tarde, en 2009, un brazo robótico lucha por extraer algún hueso o fragmento del conglomerado para de él extraer igualmente alguna traza de ADN. Finalmente y tras largas horas de esfuerzos se logra una vértebra. El esqueleto está tan completo que conserva hasta los diminutos huesos de la nariz. 

El "hombre de Altamura" se convierte en un “monumento intocable”. Las autoridades locales y regionales deciden restringir la entrada a la cueva de Lamalunga y el excepcional hallazgo cae en un injusto olvido.

En este mismo año, 2015, los investigadores vuelven a bajar a la cueva y, con la ayuda del brazo robótico, extraen un pequeño fragmento del omóplato. Un paleoantropólogo español intenta extraer algo de ADN. Otro equipo de Australia analiza una de las formaciones calcáreas que casi ocultan la osamenta para intentar datarla.

La resurrección científica de Lamal plantea un debate; los científicos creen que si se sacan los restos podrían responder a muchas más preguntas sobre los neandertales, pero para hacerlo deben destruir parte del conjunto. Políticos regionales y locales, y también parte de la sociedad, quieren dejarlo tal y como está. A los científicos les interesa el cráneo de forma especial, pero para estudiarlo habría que extraerlo penosamente de la gran columna de calcita en la que está sepultado.

La osamenta de Lamal, convertida en un grotesco testimonio, parece representar una prisión eterna, una prisión telúrica que no le dejó escapar de aquella trampa y que 128.000 años después sigue reteniendo tercamente lo que resta de él, sus huesos, casi convertidos en una cubista estalactita antropomorfa. 

Me gusta imaginar como habría reaccionado aquel neandertal si cuando desesperaba en aquella mazmorra natural, alguien le hubiera dicho que más de 10.000 generaciones después, otros humanos de un linaje distinto pugnarían en vano por sacarle de allí y por descubrir todo lo posible sobre él. Y que sería conocido por todo el orbe y que una cámara le espiaría permanentemente en su estática y pétrea realidad. Pero nadie conocería su verdadera historia ni la eternidad que le supuso la espera a la muerte en la negrura extrema. Lamal donó incosncientemente sus huesos a la ciencia. Y lo hizo de una forma ambigua: por un lado dejó su legado óseo íntegro y en un estado de conservación óptimo, pero a la vez inaccesible, fusionado con la roca caliza que gota a gota rodeó sus huesos durante milenios. Parece como si la Tierra le hubiese raptado con sus garfios de agua y carbonato cálcico y aún hoy le impidiese salir de aquella sima subterránea.
Aquellos que quieren estudiar sus restos, entre los que me encuentro, quieren datos y valiosa información para conocer un poco mejor el remoto pasado o, por qué no, ganar notoriedad y prestigio. Pero muchos lo hacen desde una perspectiva aséptica y fría, viendo los restos de Lamal como mera fuente de preciosa información. Valga así este relato ficticio como un homenaje postumo a uno de los cientos de millones de humanos que nos han precedido, uno que lucho día a día por sobrevivir entre sueños y recuerdos. Uno que murió de forma horrible y lenta en la soledad y oscuridad absolutas. Le debemos gratitud y respeto aunque sea con un retraso que apenas logramos imaginar.